martes, 24 de septiembre de 2013

Comienza un nuevo curso...


XXXV.- CUENTOS CASI CASI VERDADEROS PARA EMPEZAR EL CURSO EN LA CIUDAD VERTICAL: PRIMERA –Y CREO QUE ÚLTIMA– MISA EN LA CATEDRAL.


A las pocas semanas de registrar mi ingreso en la ciudad vertical, en noviembre de 1966, y asignarme un código de tres barras (en el buen sentido del término), es decir el cinco, el cuatro y el uno, alguno de los primeros viernes presidió la comida en aquel inmenso comedor de matemática imposible: rectangular con mesa hexagonal, el ilustrísimo y reverendísimo señor alcalde-rector de la ciudad para anunciarnos que “ mañana, sábado celebraríamos (nosotros también) una solemne misa de bienvenida en la Catedral de Zamora; y que teníamos que dejar el uniforme recién estrenado e ir vestidos de calle”…, para pasar más desapercibidos, digo yo, aunque fuésemos prietas las filas, de dos en fondo hasta donde llegase…y pareciésemos el segundo de infantería recorriendo el desierto árido y frío del casco histórico de la vieja ciudad de Zamora, acechados por las tribus jesuitinas, del amor de Dios, del Corazón de María y de los chicos del Claudio Moyano.

Dicho y hecho, al día siguiente, sábado, los nuevos alumnos fuimos por primera vez a la románico/bizantina Catedral de Zamora. Recuerdo que nos sentaron de dos en dos, en los sitiales del coro, de madera dura, ennegrecida, preñados de decenas de sobrecogedores relieves con escenas bíblicas, como era de rigor. Ignoro con quién me sentaron en aquella ocasión, pero recuerdo haber estado más de una hora apretado contra un lateral del banco y teniendo a la altura de mi sien un caballo de ojos saltones, por lo que bien pude estar acompañado por mi primer amigo en la ULZ, Jota punto A punto Cámara, que en aquellos años rebosaba entusiasmo y vitalidad, que no ha perdido con los años, –y algunos michelines- por todos sus poros.

La monotonía del discurso litúrgico consiguió que diera varias cabezadas, con el lateral del sitial, clavándome en la sien el único ojo visible en el relieve de aquél fogoso caballo de color castaño muy oscuro, casi negro, que acabó por desprenderse, sin duda porque era un añadido –postizo- de un poco ortodoxo proceso de restauración, anterior a nuestra llegada a Zamora. De ese modo acabó en mis manos una diminuta bola de cuarzo semitrasparente, ennegrecida por el tinte en una de las caras, que guardé en el bolso de los primeros pantalones, grises y de franela para más inri, que tuve en mi vida, que picaban como demonios, en feroz competencia con el crecimiento del vello de las piernas, algunos años más tarde endurecidas por las mal disimuladas pataditas de los recios defensas de la ULZ: Posse, Durán, Dela o Zapatería, Capilla, o “el” Collazo. Y como mi madre tuvo el acierto de combinarlos con un jersey verde oscuro de fibra, de aquellas fibras de terlenka, de cuello alto, que se cargaba de electricidad y producía periódicas descargas que también picaban, siempre tenía dos frentes que atender y “rascar” de forma alternativa o simultánea, forzándome a adoptar posturas poco reverentes para prestar atención ora al perentorio picor de las piernas producido por la franela del pantalón, ora a las descargas eléctricas jersey de cuello alto.

Continuará...

Valladolid 2013                                                                                               Basilio

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