sábado, 26 de mayo de 2012




He leído esto en un blog y me ha gustado; quiero compartirlo con vosotros para ver si a vosotros os pasaba lo mismo que a mí (ja, ja, ja, ja ...)

Acabas de hacer ejercicio en el gimnasio, te vas hacia el vestuario para ducharte. Una vez allí, te sientas en el banco, recuperando un poco la respiración, y empiezas a desnudarte.
Ese es el momento, cuando la ves, ya estás perdido, no vas a poder evitarlo. Todos a los que preguntes te van a decir que no, que ellos no lo hacen, que qué te crees y que eres un raro. Pero es mentira, una vez la has visto no puedes evitar mirar las del resto, de observar, de comparar.
Lógicamente debes ser discreto, en los vestuarios masculinos hay un código ético no escrito y las miradas indiscretas se castigan. Pero es superior a tus fuerzas, con el rabillo del ojo primero, luego una mirada fugaz, lo justo para comparar. Y ahí empiezas a fijarte.

Hay quien la tiene grande, otros no tan grandes y otros pequeña. No sé si te habrás dado cuenta. Habitualmente los que están más gordos parecen que sean los que la tienen más pequeña. Todos dicen que es porque, como se compara con el tamaño del cuerpo, parece que sea así. No me lo creo, la tienen pequeña y ya está. En ese momento vuelves a mirar la tuya, y te das cuenta que estás en la media, lo normal, vamos.
Luego está el tema de los colores. Ahí si hay variedad. Varios matices, varios tonos y, dependiendo del gimnasio, varios colores.
También te das cuenta de lo mucho que influye la edad. Las más viejas están más ajadas, más arrugadas, les falta el vigor de las jóvenes, que se les ve mucho más tersas, mucho más suaves a la vista.
Por último, y también se nota con la edad, está el tema del rizo que las acompaña: desde las más jóvenes, con un rizo más vigoroso hasta las más viejas, que se les ve cómo se les ha ido, dejando un manto mucho menos tupido, con algunas carencias algunas veces. A muchos jóvenes se les ve sin nada de pelo, cosas modernas.
Pero es el momento de entrar a la ducha cuando mejor se ven, ahí, todas colgadas: con sus miserias, sus novedades, sin distinción. En ese momento, todas son iguales, saben que van a acabar igual de mojadas.
Claro, igual no todos os fijáis igual que yo, pero es que, desde pequeñito las he visto en la tienda de mi tío y eso se me ha quedado. Él me enseñó a apreciarlas, a base de tocarlas y sentirlas.

Puede que sea un rarito, pero siempre me han gustado las toallas.

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