jueves, 29 de marzo de 2012



Bip… a que Bip...Comandante Llamando a la base Alfa-Zeta… creo que tenemos un problema… Desde las navidades del once del veintiuno están descendiendo alarmantemente las reservas de cerveza, repito, cerveza…tripulación inquieta….Pero nadie contestaba. Por un momento, mientras esperaba una respuesta, el comandante con la mirada perdida en el profundo oscuro, recordaba el olor de aquellos días en los que tras el terrible Febrero el sol lo inundaba todo, en los que el viento, frío, aún nos cortaba la respiración en aquel inmenso patio, tierra de nadie y frontera con el campo, de la ciudad de Alfa-Zeta a finales de los años sesenta. Recordaba ahora el olor de los primeros almendros en flor que poblaban el llamado alto de los curas, y las lindes del otrora pago de viñas del otro lado de la carretera nacional, el olor del potaje de garbanzos del viernes de cuaresma, que empezaban a cocinar las hermanas clarisas encargadas de la cocina y que hacía que hasta encontrásemos apetecible el bocadillo de mortadela que acabábamos de coger de un inmenso canasto verde antes de salir a aquel patio, síntesis de todas las calles, pocas calles, que componían el mapa mental de nuestra adolescencia. Aún podía percibir el lejano eco del olor a aula de las aulas, a humanidad de las bolsas de deporte ubicadas en la retaguardia de nuestros dominios, de nuestro pupitre; o el olor a lejía sobre el sintasol de los pasillos recién fregados, a imprenta de los manuales y cuadernos, el denso olor a internado que presidía tanto la planta del comedor en cuyo hall distribuidor se encontraba “el” teléfono, como la planta baja; y también el olor a alcohol y mercromina de la enfermería e incluso el olor del miedo que había presido la última clase de matemáticas, de química, de latín o de Galaxias I.
Aquella enorme densidad de olores a los que estaban anclados los recuerdos era irrepetible; de vez en cuando alguno afloraba a la mente por asociación de ideas con algún color, con alguna sensación perdida: el olor al tabaco que presidía los recreos internados, el olor de la goma de borrar MILAN, el olor a imprenta de los libros estrenados y aparcados
dentro de aquel inmenso pequeño pupitre, olor de la tinta de alguna pluma Parker regalo de los últimos reyes, el olor, en fin, a pies de los vestuarios del gimnasio y a plástico de la cazadora- uniforme de los años de nuestra formación como pilotos de una nave que todavía no sabíamos dónde nos llevaría.Bip… a que Bip...Comandante Llamando a la base Alfa-Zeta… creo que tenemos un problema… Desde las navidades del once del veintiuno están descendiendo alarmantemente las reservas de cerveza, repito, cerveza…tripulación inquieta….Pero nadie contestaba. Por un momento, mientras esperaba una respuesta, el comandante con la mirada perdida en el profundo oscuro, recordaba el olor de aquellos días en los que tras el terrible Febrero el sol lo inundaba todo, en los que el viento, frío, aún nos cortaba la respiración en aquel inmenso patio, tierra de nadie y frontera con el campo, de la ciudad de Alfa-Zeta a finales de los años sesenta. Recordaba ahora el olor de los primeros almendros en flor que poblaban el llamado alto de los curas, y las lindes del otrora pago de viñas del otro lado de la carretera nacional, el olor del potaje de garbanzos del viernes de cuaresma, que empezaban a cocinar las hermanas clarisas encargadas de la cocina y que hacía que hasta encontrásemos apetecible el bocadillo de mortadela que acabábamos de coger de un inmenso canasto verde antes de salir a aquel patio, síntesis de todas las calles, pocas calles, que componían el mapa mental de nuestra adolescencia. Aún podía percibir el lejano eco del olor a aula de las aulas, a humanidad de las bolsas de deporte ubicadas en la retaguardia de nuestros dominios, de nuestro pupitre; o el olor a lejía sobre el sintasol de los pasillos recién fregados, a imprenta de los manuales y cuadernos, el denso olor a internado que presidía tanto la planta del comedor en cuyo hall distribuidor se encontraba “el” teléfono, como la planta baja; y también el olor a alcohol y mercromina de la enfermería e incluso el olor del miedo que había presido la última clase de matemáticas, de química, de latín o de Galaxias I.
Aquella enorme densidad de olores a los que estaban anclados los recuerdos era irrepetible; de vez en cuando alguno afloraba a la mente por asociación de ideas con algún color, con alguna sensación perdida: el olor al tabaco que presidía los recreos internados, el olor de la goma de borrar MILAN, el olor a imprenta de los libros estrenados y aparcados
dentro de aquel inmenso pequeño pupitre, olor de la tinta de alguna pluma Parker regalo de los últimos reyes, el olor, en fin, a pies de los vestuarios del gimnasio y a plástico de la cazadora- uniforme de los años de nuestra formación como pilotos de una nave que todavía no sabíamos dónde nos llevaría. 
Continuará...

Basilio

No hay comentarios: