viernes, 16 de abril de 2010

La despreocupada tensión de la ciudad vertical. Tiempo de ingenuos sinvivir


Las voces del pasillo eran progresivamente engullidas por las paredes de cada clase…desaparecía la huella sonora del grupo D… del C…y así hasta que entraba el grupo A, el primero en el pasillo, cerrándose con el golpe seco de la puerta toda esperanza de huída. Sucedía a este ritual de entrada un pequeño concierto de sonidos nerviosos…la tos del que siempre tenía tos, que vivía materialmente colgado de su bufanda de cuadros, y respiraba a través de aquellas minibombonas de viks vaporub, el apresurado pasar de páginas del manual para recordar las últimas fórmulas, el estruendo imperceptible que en nuestro ánimo provocaba simplemente el pensar dónde habíamos escondido la chuleta con las fórmulas, el  ruido de las últimas preguntas al que sabía…dudas entre despejar o no,  ruido del propio miedo adherido a las paredes del estómago, ahora vacío por no haber podido comer el bocadillo. Y también el ruido de levantar tapas de pupitre, de buscar el bolígrafo entre los libros de texto, los cuadernos, la agenda anual, el rosario, las reglas y cartabones y el inclasificable  bloc de dibujo;  ruido también de tropezones y zancadillas a los últimos de la fila...gilipollas…, y de caídas, también, de la tapa del pupitre…una…otra…otra más…y … .la mía  que fue la última…..hasta que una palabra suya hacía desaparecer el ruido, ponía nuestra mente en blanco, provocaba la huída de las escasas neuronas sobrevivientes a la clínica del dolor de estómago, y aceleraba las pulsaciones hasta provocar la migración del corazón a la garganta….hasta que el eco que se generaba en  nuestro despoblado cerebro hacía llegar al oído aquellas dos palabras suyas, que bastaban para sumirnos el resto de la hora típica  de los años sesenta, horas de  59 minutos, en una profunda melancolía ante la hoja en blanco: problema “C”.
Valladolid Abril 2010.

Basilio

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