lunes, 12 de abril de 2010

La despreocupada tensión de la ciudad vertical. Tiempo de ingenuos sinvivir


             Un penetrante sonido de silbato nos reclamaba tras el recreo de media mañana. Hoy había tocado en el bocadillo el esperado chorizo de pamplona de todos los martes pero es probable que al ir a cogerlo, entre las prisas y empujones de la fila, se hubiesen distraído las dos rodajas concebidas para separar las dos mitades del bollo. Y como no había retorno ni se podían pedir  explicaciones al cura que vigilaba este quehacer matutino, pues no nos habría quedado más remedio que prescindir del bocadillo o mordisquear el pan, a palo seco, junto a aquella fuente alineada de múltiples e hiniestos caños y lánguido surtidor de agua incolora, pero sabrosa, con unas propiedades aromáticas que irían ya en nuestra vida asociadas al concepto de  agua; y si cierras los ojos es probable que llegues a olerla, mezclada con el olor del polvo de arcilla y del sol secando el suelo tras las tormentas de primavera, del áspero olor de los cardos y las ocho flores silvestres  y también  de aquellos lejanos árboles –seis- del paseo de entrada al complejo; ay aquella fuente, lugar de húmedos encuentros –de sudor o de agua propulsada- abrevadero para calmar la angustia –ahora denominada ansiedad-  que nos invadía antes de subir a la primera clase tras el recreo, que si era la de matemáticas,- lo que solía ser frecuente- tenía la virtud de hacer mudar la angustia en miedo, de hacer vacilar nuestro paso en la fila, de hacernos aparecer con el rostro demudado, entrenado para no mirar de frente, para no destacar en aquellos pequeños pupitres entre los que, por orden alfabético algunos gozábamos de una posición privilegiada…tan cerca del saber…y tan cerca del miedo. 
Continuará ...

Valladolid abril 2010
Basilio

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