No lo esperaba tan rápido, pero esa misma tarde Basilio, mi compañero y amigo de aquellos años de nuestra infancia en la Laboral, me saludaba a través del teléfono y, en una conversación que se me hizo corta por lo intensa, hablamos de nuestras vidas, de los hijos, en fin de nuestro presente, informándome de la existencia de un blog llamado La Grillera que mantiene en comunicación a todos cuantos tuvieron la misma experiencia de vida en aquellos años difíciles para la mayoría. Convivimos viniendo desde todos los rincones de España, en aquel edificio de ladrillo que resultó nuestro hogar para lo bueno y lo malo en el momento en el que nuestras vidas y conciencias acababan de empezar a andar.
Por supuesto que me acuerdo de De la Fuente y de J. Antonio Carmona y de Cerezo y Juarranz los más grandes acreedores de puntos positivos del Bellota. Recuerdo también a Salvador Belso Latour y a Jaime, hoy seguro Jaume, Gené Oto, corredor de fondo y gran animador de literas. Y de Elías Antolí que vino de Morella en Castellón, al que fui a visitar hace años a su negocio de hostelería en ese pueblo precioso del Maestrazgo castellonense. Recuerdo a Blay, cansino en el habla de fuerte acento catalán, y a un niño del que he olvidado su nombre, que llevaba gafas y tenía una voz preciosa que le hizo incorporarse al coro, aquel coro que seguro nació para hacer sombra al de Viena. Era de Cocentaina, pueblo del levante español, que probablemente sea una pista definitiva para que alguien me refresque su nombre.
De Basilio tengo todos los recuerdos, además de su peculiar manera de coger el bolígrafo para escribir imposible de corregir y de su brazo roto y mal soldado que quedaba raro cuando lo estiraba se prolongan, también, estando yo ya fuera del Rey Fernando a una visita a Bilbao, de la que conservo fotos, durante la cual asistimos a una sesión de cine en una de las salas bilbaínas para ver El Secreto de Santa Vittoria, película que resulto ser nada del otro jueves y que sólo la salvaba el hecho de ver a una Sofía Loren todavía esplendida en aquellos primeros años setenta.
José A. Cámara (II)
Por supuesto que me acuerdo de De la Fuente y de J. Antonio Carmona y de Cerezo y Juarranz los más grandes acreedores de puntos positivos del Bellota. Recuerdo también a Salvador Belso Latour y a Jaime, hoy seguro Jaume, Gené Oto, corredor de fondo y gran animador de literas. Y de Elías Antolí que vino de Morella en Castellón, al que fui a visitar hace años a su negocio de hostelería en ese pueblo precioso del Maestrazgo castellonense. Recuerdo a Blay, cansino en el habla de fuerte acento catalán, y a un niño del que he olvidado su nombre, que llevaba gafas y tenía una voz preciosa que le hizo incorporarse al coro, aquel coro que seguro nació para hacer sombra al de Viena. Era de Cocentaina, pueblo del levante español, que probablemente sea una pista definitiva para que alguien me refresque su nombre.
De Basilio tengo todos los recuerdos, además de su peculiar manera de coger el bolígrafo para escribir imposible de corregir y de su brazo roto y mal soldado que quedaba raro cuando lo estiraba se prolongan, también, estando yo ya fuera del Rey Fernando a una visita a Bilbao, de la que conservo fotos, durante la cual asistimos a una sesión de cine en una de las salas bilbaínas para ver El Secreto de Santa Vittoria, película que resulto ser nada del otro jueves y que sólo la salvaba el hecho de ver a una Sofía Loren todavía esplendida en aquellos primeros años setenta.
José A. Cámara (II)
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