domingo, 14 de junio de 2009

Mayo del 68 en la ciudad vertical

Nota del autor: que nadie se busque en estos textos, porque son una suma de recuerdos –pocos- y licencias poéticas –muchas…. ¿vale? pues eso… un abrazo a todos.

Ensaladilla rusa, paseo y cine para airear la rutina.
Aunque aquel día, como tantos días, de tantos años, la primavera zamorana nos visitaba con su imprevisible rutina, aquél día no era como los demás; probablemente era miércoles, pero no había clase, era pronto, pero no había misa, era un despertar ruidoso, pero no había reproches…nadie nos voceaba, ni daba palmas; pero sorprendentemente los pasillos eran un ir y venir apresurado entre…tienes y me dejas, entre date prisa y corre que no llegamos…aunque ese día no había que formar. Y algo estaba pasando porque todo el mundo bajaba a su aire al comedor, sin formar de dos en fondo, como siempre, brazo izquierdo en el hombro del compañero; y además de no ir en fila no había que pasar para otorgar media hora de tributo diario a la capilla, modesta catedral en la cripta de nuestra inabarcable ciudad vertical…; definitivamente quebramos por un día la disciplina.
Un día que nos podía llevar de vuelta al mundo exterior en jornada lectiva del calendario zamorano, para comprobar que la ciudad y quizá el campo, mundos paralelos a nuestra ciudad vertical, también existían entre semana, que el sol también buscaba la sombra en otras catedrales, sin apoyarse en aquellos aplomados muros de suma diez, como nuestras calles paralelas al cielo de aquella ciudad-almena al oeste de las ruinas del vetusto castillo medieval. Y lo hacía convocado por una fiesta…, la fiesta por excelencia en la UNi, el 30 de mayo, San Fernando, introducción a los largos días de exámenes, que compensaba las rutinas pasadas y futuras con dos recursos que, a fuerza de repetidos, llegamos a considerar tan imprescindibles en toda fiesta, como imposible la vida en su ausencia: la ensaladilla rusa de la comida, coctel de gérmenes entre los pliegues de aquella semirrígida mahonesa, preámbulo de vómitos y mareos, anuncio de unos días de dieta blanda prescritos en la enfermería, el Hospital Central, de nuestra ciudad vertical dirigida por el Dr. House Fombellida. Y no había fiesta sin cine, dos horas al Oeste de Arizona, o al este del Edén, buenos, feos y malos todos, porque la muerte nos igualaba…no tenía un precio.
Ay, aquellos 30 de mayo festivos en la ciudad vertical, días en los que no había que madrugar, en los que los pasillos de la planta baja y primera olían a chocolate y forzados a vestir de domingo, abandonábamos por un día el pantalón y cazadora que uniformaba nuestro tránsito por los días laborables del calendario de la universidad laboral. Pero para llegar a la ensaladilla Rusa había que atravesar aquel desierto de vocaciones para el cuerpo que eran las competiciones deportivas, que acabaron por crear en algunos una especie de alergia al gimnasio, y desierto de vocaciones para el espíritu, que era la misa concelebrada; una misa que oída de ordinario sin asomo de sol en el horizonte, se trasladaba el día de San Fernando, y de forma solemne, al final de la mañana, a las 13 horas, a la Universidad vieja, para vivir unas horas entre rezos primero para limpiar pecados y sueños de cine después, para pecar, en aquella otra ciudad horizontal hermanada con nuestra entrañable y fernandina, sanfernandina, ciudad vertical
Basilio Calderón.
3 Junio 2009

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