
Zamora. Cualquier día en los años sesenta.
Tras un sonido metálico y molesto que delataba el encendido de la megafonía y la caída, con pulso poco firme, de la aguja del tocadiscos en el long play de rigor, la música inundaba los pasillos de las diez plantas del colegio Rey Fernando. El reloj acababa de dar las 11 de la noche y en la siguiente media hora éramos transportados a las noches en los jardines de España, a Granada o al lago de los cisnes, entre el ruido de conversaciones veladas, entrecortadas, interrumpidas; ruidos del quehacer cotidiano y las idas y venidas al servicio, siempre con prisa porque transcurrido el tiempo la luz se apagaba y empezaba el lento caminar, pasillo arriba, pasillo abajo, del cura encargado de planta, probablemente desgranando las cuentas de un rosario hasta que convencido de que ya habíamos caído rendidos por el sueño, se retiraba a su habitación, allende el hall que nos recogía por las mañanas a la espera del ascensor, o que nos contemplaba formando para descender a la capilla primero y al comedor más tarde, breve paréntesis de tiempo durante el que romper el silencio de horas, muchas horas, en las que inevitablemente teníamos que convivir con nuestros pensamientos a veces compartidos entre susurros con nuestro compañero ordinal. Interminables paréntesis de nada en medio de la nada, libres de preocupaciones inmediatas, pero sumidos, seguro, en imposibles dudas metódicas acerca de nuestra capacidad para el estudio, la relación con el clero, la iglesia, el reparto del correo, aquella quebradiza virtud, que se nos iba de la mano, varias veces… al día, o la relación entre los miembros del grupo, que no recuerdo especialmente conflictiva, compartiendo como compartíamos todos enemigo común, ya fuese el “consejero”, el encargado de aula, el estudio, las notas, los problemas de matemáticas, fa formulación en química…ácido o base… o las imposibles traducciones del latín… terra marique acriter pugnatum est… que ponía una sonrisa de complicidad entre los vecinos de pupitre en aquella ingenua competencia para ver quién era el más gracioso sin que algún Don se enterase.
Tediosas rutinas, tediosa espera a la espera de noticias de la vida, lluviosa tarde de estudio, intuida la ciudad allá a lo lejos tras los pliegues de una verja mil veces forzada para escapar, acomodado el cuerpo al pilar de ladrillo, referencia para huir primero y acortar después el tránsito por el desnudo desierto de arcilla, pleno de minas, desde la calle sumida ya en sombras a la dolorosa y confortable a la vez rutina en la que vivimos nuestra adolescencia internada, nuestras rutinas de vida internadas.
Primavera 2009
B. Calderón
No hay comentarios:
Publicar un comentario