La vida se nos hizo relativa: ¡que pequeño era todo y que grande se conservaba en nuestra memoria¡
Ignoro las personales emociones de cada uno, pero no puedo ocultaros que la vuelta al escenario de nuestro pasado me hizo caer en la cuenta de ¡cuánto habíamos envejecido! Casi sin reflexionar sobre ello, en la rutina del día a día aquella generación nacida en la tardía postguerra, unida por azar del destino en la sombría ciudad de Zamora en los albores del desarrollo se había hecho mayor; y cuanto más distante era el tiempo vivido en el pasado más pequeña era su memoria y más grande el escenario de nuestra lejana juventud que sin quererlo todos conservábamos casi intacto. ¡Y que mayores estamos ya!. Volver a abrir las puertas de aquellos largos pasillos, mirar casi a hurtadillas el cambiado estado de nuestra habitación, de l0 que en tiempos fue el contenedor de todos nuestros sueños, nuestra vieja habitación, aquellas sombrías y cuartelarias literas, suelo de verde sintasol, el armario de puertas correderas, el singular olor a madera, jabón y comida almacenada contra toda lógica y prohibición, recibida en aquellos paquetes familiares que eran el asidero vital con el exterior: latas de sardinas, chocolates, quizá algunos caramelos y una pastilla de jabón y la sana envidia y melancolía que a todos nos invadía casi sin quererlo.
Recuerdo muchos días lluviosos; probablemente fuera llovía, con esa fría lluvia de la Meseta castellana, y el cielo cubierto oscurecía aún más aquellas pequeñas aulas que casi no pude reconocer tanto tiempo después de tanto como habían encogido; la abismal distancia desde nuestro pupitre hasta el encerado se me antojaba ahora casi ridícula, en aquel espacio en el que en cambio si volví a reconocer la melancolía de l0 que fuimos y esperanza de l0 que pudimos haber sido. Añoranza del tiempo perdido, prendida en él nuestra esperanza, asidos a recuerdos imperecederos siempre, hasta siempre.
Basilio Calderón
Ignoro las personales emociones de cada uno, pero no puedo ocultaros que la vuelta al escenario de nuestro pasado me hizo caer en la cuenta de ¡cuánto habíamos envejecido! Casi sin reflexionar sobre ello, en la rutina del día a día aquella generación nacida en la tardía postguerra, unida por azar del destino en la sombría ciudad de Zamora en los albores del desarrollo se había hecho mayor; y cuanto más distante era el tiempo vivido en el pasado más pequeña era su memoria y más grande el escenario de nuestra lejana juventud que sin quererlo todos conservábamos casi intacto. ¡Y que mayores estamos ya!. Volver a abrir las puertas de aquellos largos pasillos, mirar casi a hurtadillas el cambiado estado de nuestra habitación, de l0 que en tiempos fue el contenedor de todos nuestros sueños, nuestra vieja habitación, aquellas sombrías y cuartelarias literas, suelo de verde sintasol, el armario de puertas correderas, el singular olor a madera, jabón y comida almacenada contra toda lógica y prohibición, recibida en aquellos paquetes familiares que eran el asidero vital con el exterior: latas de sardinas, chocolates, quizá algunos caramelos y una pastilla de jabón y la sana envidia y melancolía que a todos nos invadía casi sin quererlo.
Recuerdo muchos días lluviosos; probablemente fuera llovía, con esa fría lluvia de la Meseta castellana, y el cielo cubierto oscurecía aún más aquellas pequeñas aulas que casi no pude reconocer tanto tiempo después de tanto como habían encogido; la abismal distancia desde nuestro pupitre hasta el encerado se me antojaba ahora casi ridícula, en aquel espacio en el que en cambio si volví a reconocer la melancolía de l0 que fuimos y esperanza de l0 que pudimos haber sido. Añoranza del tiempo perdido, prendida en él nuestra esperanza, asidos a recuerdos imperecederos siempre, hasta siempre.
Basilio Calderón
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