

Niños de domingo, nuestras fotos de domingo, vidas en 10x12.
Aquella generación sembrada de sujetos plenos de expectativas, vidas por hacer en las rutinas del calendario, de libre volar, en instantáneas de amarillento blanco y negro inmortal, alguna vez en las largas semanas de pautas reguladas; en aquellas mañanas de Domingo de breve encuentro con la libertad compartida, hombro con hombro, en formales posturas de jerseys de ochos, chaquetas de domingo y corbatas para ir a ninguna parte; aquella libertad inmortalizada por alguna cámara de fotos, artículo de lujo entre las pesetas, pocas, de forzado ahorro trimestral, de mira por el dinero, sin nada que mirar ni con qué mirar, ni para qué mirar, en aquella vida entre dos reales.
Aquellas mañanas de quién gana y rivalidad de clase, de peripatéticas rondas alrededor de aquél enorme y erguido contenedor de sueños, anhelo de verticalidad en ladrillo y cristal modelado; plantas apiladas de centenares de unidades de habitación, pares e impares, listos y torpes, amados o ignorados, ignorados…, dando vueltas al domingo para vencer las mañanas de domingo, percibidas ahora en lejanos ecos y amarillentas fotos recuperadas. Aquellas mañanas de interminables dudas, de adonde vamos o para qué nos quedamos, huérfanos de referencias de ciudad vivida, sin calles para perderse, aún empedradas calles de Zamora, ecos del lento discurrir de vidas oscuras, desconocidas; tomar rumbo hasta donde aquella vieja ciudad levítica se precipita al vacío, almenas de castillo mediante; y volver de la nada a la nada, entre miradas a hurtadillas, ruborizadas miradas ahora de género, compartidas y cómplices miradas para soñar.
Ay, aquellos domingos para gastar la vida y ocultar sinsabores entre envoltorios de caramelos snipe, toreras y mirindas. Ahora, privados de capacidad para entender lo absoluto, la imagen que nos devuelve el tiempo se revela como una compleja suma de sensaciones de las que, en su día, fuimos actores, y también extraños, añorando la tierra ideal, aquella suma de paisajes irrepetibles, que era el territorio de nuestra tardía infancia. Infancia de conflicto ora presente, ora ausente, alegría y añoranza, pequeño territorio hecho de atributos de vida, impresos ahora en instantáneas de 10x12 de expectativas amortizadas y materia intemporal.
Primavera 2009 (II)
B. Calderón
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