viernes, 10 de abril de 2009

Y Sevilla en primavera, se viste de costalera... (6ª parte)

Nuestro Padre Jesús de la Salud por la Cuesta del Rosario
Todo un año esperando que llegue el encuentro más sublime que se realiza en cualquier calle de Sevilla y cuando lo tenemos al alcance de nuestra mano se nos queda el alma petrificada, todo se nos hiela en nuestro corazón, nos acongojamos y palidecemos cuando alguien nos recuerda lo efímero que puede ser el momento esperado, el sueño de poder contemplar otra vez el milagro del encuentro con Dios, que se hizo hombre para estar más cerca de nosotros, para sentir en sus propias carnes nuestras debilidades, nuestras traiciones, nuestras infidelidades con nosotros mismos.
Sevilla, la Jerusalén española, ha sido elegida por Cristo para recordarnos el motivo por el cual se hizo hombre, que no es otro más que el poder alcanzar de su mano nuestra salvación. Entonces, ¿porqué rechazar la oportunidad de nos brinda?
Amor, la palabra que mejor define la pasión de nuestro Señor; Amor, acto de entrega a alguien sin pedir nada a cambio; Amor, sentimiento altruista que nos impulsa a procurar la felicidad de otra persona; Amor, sentimiento afectivo que nos mueve a buscar lo que consideramos bueno para poseerlo o gozarlo. Amor de Sevilla a su Semana Santa; Si no amáramos Sevilla tampoco amaríamos su Semana Santa.
El pueblo sevillano desde que despide a sus Reyes Magos, se empieza a preparar para su semana grande; el ambiente que se va respirando a lo largo del invierno se purifica, se limpia cuando un día, como por arte de magia, notamos en el aire un olor que nos transfigura el alma; una serie de cambios en nuestras calles nos anuncian que pronto llegará el momento esperado durante un largo año. Miraremos al cielo y podremos ver que ya no hay nubarrones negros, presagio de tormentas y tempestades, veremos que nuestro cielo se encuentra limpio, azul, más azul como jamás podremos contemplar, ese azul que no existe en otra parte de la tierra, ese azul que allá por el Museo representa el sufrimiento de una mujer que supo aceptar la voluntad de Dios con resignación, ese azul purísimo, como Ella, Pura y Limpia, como un día la proclamó Sevilla entera, que hasta la sangre derramó por defender al inmaculado azul mariano.

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