miércoles, 8 de abril de 2009

Y Sevilla en primavera, se viste de costalera... (4ª parte)

Cristo del Desamparo y Abandono (Hdad. Cerro del Águila)
Sevilla siempre tiene un motivo para rezar, para dar gracias por ser la cuna del amor cofrade, por ser testigo cada año de esa Pasión que se hace presente en las calles cada primavera.
Decidme si no hay motivo para el canto espiritual cuando la Amargura se detiene ante el convento de las Hermanas de la Cruz; cuando el Cristo del Amor asciende patéticamente por la rampa del Salvador; cuando la Hiniesta cruza de retorno la ojiva difícil de San Julián; cuando la Virgen del Subterráneo llena la tarde de emociones entre los naranjos de la calle Dª María Coronel; cuando el Cautivo llena las calles del Tiro Línea; cuando el misterio de Santa Marta asoma a la plaza de San Andrés; cuando la multitud se apiña en El Arenal en torno a la Virgen Niña de Guadalupe; cuando el Silencio cubre en niebla invisible el barrio de San Vicente siguiendo al Cristo de la Vera-Cruz; cuando en la plaza del Museo todas las miradas se concentran en el manto azul agua de la Virgen; cuando todo un barrio peregrina con su Virgen de los Dolores; cuando la sobriedad de esos negros nazarenos llena la calle Feria; cuando… Y todavía me quedan cuarenta y cinco motivos más que recordar. TODO ES PURA ORACIÓN EN SEVILLA.


Otra forma de rezar, que bien entiende el pueblo de Sevilla, es participando en el cortejo bajo un antifaz sin capirote. ¡Cuántas promesas cumplidas bajo una cruz de madera! Ya sabemos que uno de los azotes de nuestra sociedad es el paro; es muy frecuente, por desgracia, que una familia cualquiera de nuestro barrio padezca en sus carnes el problema: el padre está parado, la madre no trabaja, los niños estudiando; la ayuda familiar se acaba; las relaciones familiares se deterioran; cada día hay más tensiones… El hijo mayor, no soportando más ese ambiente familiar, se agarra a su fe, y, sin dudarlo, se pone delante de su Cristo y le pide que pronto su padre vuelva a encontrar trabajo. No tardó en ser oído su ruego. En agradecimiento, cogió una cruz de penitencia, un rosario y caminó detrás de su Cristo. Fue el primer nazareno-penitente de una nueva Hermandad recién creada en Sevilla. Ese año, sólo hubo un penitente en la salida.

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