lunes, 6 de abril de 2009

Y Sevilla en primavera, se viste de costalera... (2ª parte)

Hermanade de la Paz (Parque de Mª Luisa)
Otros, con mucha paciencia y lógicamente sacrificio adquieren una posición y un saber estar que le condicionan para interpretar una melodía amorosa de pasión. Ejemplo de esto es el caso del anciano nazareno de la Lanzada, que, ya imposibilitado por su avanzada edad para realizar la estación de penitencia, todos los años acompaña a su Virgen del Buen Fin desde la Alameda hasta la Plaza del Duque. Allí, una vez llegados, con lágrimas en los ojos, mira dulcemente a su Madre Celestial oyéndosele decir: “hasta el año que viene, si Tú quieres”.
El verdadero cofrade siempre está aprendiendo y permanece inmaduro hasta el fin de sus días, pero con aire juvenil, es decir, abierto a nuevos saberes y sentimientos. Todo ser humano pasa por dos gestaciones: la primera en el útero materno y la segunda en la matriz social en que se cría. Una familia, donde reine un ambiente cofrade desarrollará un mimetismo con el que sus hijos aprenderán por imitación y a la vez por obligación. Si nosotros, PADRES, somos buenos cofrades, nuestros HIJOS, serán después, mejores cofrades.

El ser cofrade consiste en compartir lo que ya sabemos entre todos, enseñando a los recién llegados a la vida de las Cofradías, cuanto deben conocer para hacerse cristianamente válidos. Todos podemos dar a conocer lo que llevamos dentro, ya que la primera titulación requerida para poder enseñar es haber vivido. Se enseña la propia experiencia, el amor hacia algo posibilita el aprendizaje. Amamos a Cristo, amamos a su Madre, amamos a nuestros hijos, amamos a nuestras Hermandades… pues ENSEÑÉMOSLAS allí donde vayamos.

No hay comentarios: