sábado, 4 de abril de 2009

Y Sevilla en primavera, se viste de costalera...

Sevilla reza en primavera

un rosario de azahar,

lazo negro de pura seda,

colocado en un varal.


En Sevilla ser “cofrade” es casi un deber. Nacemos cofrades pero eso no basta; tenemos también que llegar a serlo. Y se da por supuesto que podemos fracasar en el intento o rechazar la ocasión misma de intentarlo. Los cofrades nacemos siéndolo ya, pero no lo somos del todo hasta después.

Nada más nacer ya nos apuntan en tal o cual Hermandad. Somos un número más de tantos que forman la nómina, pero sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su hermanamiento a propósito y con nuestra complicidad.

Llegar a ser cofrades del todo - sea cofrade bueno o cofrade malo - es siempre un arte. Y es que a veces nacemos demasiado pronto a la vida cofrade. Algunos se quedan en el camino (muestra de este ejemplo es el caso de un penitente del barrio de Santiago, que cada año nos presenta el Beso de Judas, la suprema traición humana, el lado peor del hombre, la traición puesta en lo alto de un paso de misterio, para recordarnos nuestras traiciones de cada día; al llegar a la catedral el mencionado penitente le dio su cruz a otro, que ya llevaba dos por promesa, mientras él iba a los urinarios. La Cofradía lentamente recorría las naves de la catedral. Mi samaritano penitente, con sus tres cruces hacía su estación con fervor y sacrificio esperando a ser aliviado pronto de su pesada carga; ensimismado en sus pensamientos, se plantó a las puertas de la iglesia de Santiago. Aquel año cumplió dos penitencias, la suya y la del Judas que le traicionó). Este Judas cofrade no había madurado en su alma el sentir cristiano de la palabra “COFRADE”.

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