
Tiempo totalizado: “Veinticinco minutos”. Me sobraban cinco. Había quien prefería más cama retrasando al máximo el momento de levantarse. Avancé hasta el fondo de aquel austero pasillo mientras observaba como mis compañeros acababan sus faenas presurosamente. Pronto se escucharía el timbre o las palmadas del cura, que se alternaban a libre albedrío, para formar filas y bajar.
Al llegar al final me entretuve mirando por la gélida ventana de carpintería de aluminio. Tenía dos compañeros a mi lado. Habían optado por levantarse temprano o dejar sus tareas para otro momento. En frente una torre de telecomunicaciones estaba siendo reparada. Un equipo de tres trabajadores con su mono azul trajinaba en el interior del enorme enjaulado metálico. Se encontraban a una altura semejante a la nuestra. De repente uno de los obreros se despeñó por el interior. Una caída sinuosa, rebotando de un travesaño a otro, golpe tras golpe y, así, hasta el duro y letal suelo.
Aquella jaula metálica con toda su altura no tuvo piedad con aquel operario. Le aprisionaba y en su huida le golpeó con toda su violencia hasta mostrarle su cruel y mortal fondo.
Sonaron las palmas. No podíamos reprimir nuestra curiosidad por aquel pobre desconocido. Era la comidilla en las filas y en el aula en tiempo de estudio. Dado nuestro origen pudiera tratarse de cualquier imaginario familiar. Por tanto, lo percibíamos casi como si fuera nuestro.
Finalmente, los superiores nos advirtieron de su muerte. Recapacitamos sobre él y sus familiares. Llegamos verdaderamente a sentirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario