lunes, 5 de enero de 2009

Disfrazados de mayores

Os presento un resumen del artículo de Javier Marías publicado en El País Semanal de 4 de enero de 2009 y en el que me he visto reflejado y por ende a todos vosotros también.
Es una recomendación de nuestro "pater Retortillo". Disfrutarlo si podéis.
Un abrazo

Como a cualquiera en las mismas circunstancias, la reunión me hacía ilusión y me daba miedo, luego me puso nervioso. En 1968 acabé el preuniversitario y salí del colegio Estudio, en el que había permanecido desde los cuatro años. Hace una semana, a instancias de uno de los pocos compañeros con los que mantengo amistad, unos cuarenta miembros de aquella promoción fuimos a su casa y nos vimos las caras, en algún caso por primera vez en cuarenta años. Da temor encontrarse con cincuenta y siete años a quienes dejamos de ver con dieciséis o diecisiete. De hecho dudaba que fuera aconsejable. A algunos los había vuelto a ver hacía veinte, con motivo de una reunión similar, pero eso es también mucho.
Fue muy agradable y divertido, y, tras unos segundos de desconcierto, todo el mundo resultó reconocible. Había que hacer una corrección de enfoque, acoplar la cara infantil o juvenil que uno guardaba en la memoria a la del hombre o la mujer maduros que tenía ahora uno enfrente. A los pocos minutos, en el peor de los casos, se obraba una superposición y, por así decir, uno conseguía "encajar" las dos imágenes, la del pasado remoto y la del presente, sin que ésta borrara aquélla del todo ni aquélla desmintiera del todo a ésta. Nadie preguntaba mucho por la vida actual de cada cual, más allá del "Qué tal te va" impuesto por la educación. Esa vida actual en realidad no interesaba, a ninguno nos importaba saber a qué se dedicaba el otro, si tenía hijos, mujer o marido, porque en seguida se congeló el tiempo y empezamos a tener la sensación de que la vida verdadera era aquella, la de estar todos juntos sin profesión ni ataduras, en la vaga y eternizada expectativa de la infancia, y de que cuanto había ocurrido y venido después de separamos era accidental y secundario, una especie de desviación de lo natural, o de error, o acaso un larguísimo sueño que tocaba a su fin al reencontramos aquella noche, como si pensáramos: "Este es mi lugar. Estos son mis compañeros primeros, con los que eché a andar por el mundo y con los que conviví a diario durante trece años fundamentales; aquí están las primeras chicas que me gustaron, mis primeros enemigos con los que me pegué en el patio para luego hacer siempre las paces; aquí están mis primeros amigos a los que procuré ser leal, aquí mi primera representación del mundo, en la que aprendí ya casi todo".
Era curioso ver y sentir el afecto espontáneo con que nos tratábamos todos (hasta los que no nos caíamos muy bien en el colegio), con una natural tendencia a abrazamos, a pasar una mano cariñosa por el brazo, a que las mujeres, cuando la noche ya estuvo avanzada y tomamos asiento, apoyaran sus cabezas cansadas en los hombros de los hombres en quienes confiaban, como si fuéramos hermanos. Allí nadie podía ser un farsante, y no había ministra ni escritor que valieran, ni médico, arquitecto, abogado, ingeniero, periodista o psiquiatra. Nadie era nada más que el que siempre fue en clase. "Ellos me conocen bien", pensé, "nunca podría engañarlos: todos sabemos cómo es cada uno, aquí no cabe ningún fingimiento".
Volvimos a ser nosotros, sólo que disfrazados de mayores. Nuestros muchos años, nuestras profesiones y fracasos o logros, nuestras mujeres o maridos e hijos, pasaron a no ser más que eso, disfraces que se ponen los niños.

1 comentario:

jose retortillo dijo...

Pues sí, se lo recomendé a Salva y él, laborioso que es, inmediatamente nos lo resumió. Es extraordinario cómo expresa los sentimientos que pudimos tener, en el primer encuentro sobre todo. Sólo encuentro una diferencia con Marías y es que no tuvimos ninguna antigua compañera que apoyara su cabeza en nuestro hombro o la que nos diera aquel beso aplazado por la timidez del adolescente. Pero mo lo íbamos a tener todo.Abrazos