
“Por la señal de la santa c....” epilogo de la comida, que concluía en un “Pueden sentarse”. Las mesas, distribuidas en tres filas, central y dos laterales, junto a las ventanas exteriores e interiores del ala. Rompiendo la uniformidad de esta última la tarima a la que ascendía (“Gloria in excelsis deo”) el superior salesiano confinado aquella semana a comedores y desde la que dirigía las oraciones y las buenas noches en su momento. No recuerdo el encargado de esta misión en aquel entonces, por lo que, si me permitís, le llamaré Don Gárrulo.
No alberguéis dudas. A pesar de que cuando la ocasión merecía era Don Félix quien bajaba solicito del refectorio comunal para llevar a cabo su soberbia plática, en aquella época ya no se hallaba entre nosotros, sino trasladado a La Coruña (o debo decir a A Coruña).
Aquel mediodía, al acabar de comer, iniciamos las habituales oraciones de gratitud etérea. Don Gárrulo, tras picar de palmas, ansiadas por más de uno con el animo de disfrutar media horita de recreo antes de las opiáceas clases de la tarde, iniciaba la rutinaria plegaria post-ingesta.
“En el nombre del Padre....”. De pie, junto ala arista de la mesa de seis lados, inclinábamos nuestra hexagonal cabeza, con la mirada en ninguna parte y el pensamiento allende del contexto, algunos gesticulaban balbuceando palabras mecánicamente.
Don Gárrulo, advirtiendo que una mayoría no rezaba procedió de nuevo “Bendice Señor los alimentos que acabamos de tomar...”. . Quizá alguna voz más se unió a la fiesta, pero...Don Gárrulo no estaba suficientemente satisfecho. “Los señores de la derecha no rezan......”. El quería oír todas, absolutamente todas, las voces al unísono.
Tercera vez. ...” para mantenernos en vuestro santo servicio.” “Ud. Don....No ha rezado. Quédese conmigo al acabar las oraciones”.
Continuará...
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