
Cada tres tramos de escalera alcanzaba un pequeño hall y encima de las puertas del ascensor estaba el rótulo donde se leía el número de la planta. Primera, segunda…Una a una iba superando el gran obstáculo de la ascensión que cada vez suponía más trabajo culminar. Sexta, séptima… Ya falta una, me dije, un esfuerzo más y todo habrá terminado. Por fin gané la batalla a la gravedad y antes de entrar en el largo pasillo, donde se distribuían las dieciocho habitaciones, me detuve un momento para reposar y ver a los más pequeños del grupo seguir escalando hasta la novena o la décima. Era un poco absurdo, para mí, que los más pequeños tuvieran que hacer más esfuerzo El edificio estaba organizado por cursos y los de los cursos inferiores estaban en las plantas superiores. Con el resuello recuperado me dispuse a entrar por la puerta de cristales que separaba el hall del largo pasillo que contenía las habitaciones; Entré y lo primero que te recibía, a ambos lados, eran dos puertas que daban a los servicios y duchas; a continuación estaban las habitaciones empezando por la derecha el número uno y así hasta llegar al dieciocho. Era un pasillo largo y blanco inmaculado, sólo interrumpido por los huecos oscuros que dejaban las puertas abiertas de las habitaciones. Había mucho trajín de maletas y de chavales yendo de un lado para otro. En la primera puerta me detuve y pude localizar rápidamente mi acomodo por que justo enfrente de la primera habitación se encontraba la mía. Para corroborar que así era a la derecha de cada hueco de la puerta había un rotulito con el nombre de los inquilinos del apartamentito. Leí y pude encontrarme en segundo lugar; había cinco nombres escritos.
Una vez dentro del habitáculo me topé, a mi izquierda con una litera y enfrente con una cama debajo de una gran ventana y a su izquierda con otra litera. Toda la pared de la derecha era un enorme armario con varias puertas correderas.
Una muestra de nuestra juventud...
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