miércoles, 21 de mayo de 2008

Una historia real y triste

Escrito en Barcelonael 13 de marzo de 2001

Mis Queridos ULZs:
Este conjunto de símbolos sintetiza lo que otros pequeños símbolos individuales y personalizados
formados a lo largo de los años en cada uno nosotros dieron este resultado, y así, al unificarlos... Buf. Sea como sea el caso es que falta poco para... Bueno. Me he hecho un lió. ¡Oh, no! Vamos a dejarnos de símbolos.
La verdad es que ando muy ilusionado. Carmen me decía que, este año, a pesar de… estaba más contento de lo acostumbrado. Seguro que es cierto.

Hoy he optado por contaros una historio anécdota un poco más seria que no trascendental. A este respecto todas deben tener la misma trascendencia.

Si dijera quinto curso nadie me iba a creer. Y tendrían razón. No estoy seguro de la cronología de los hechos. Dada su importancia más de uno recordará o memorizará a través de lo que voy a narraros.
Por mi parte conservo su imagen tan nítida, que podría responder a detalles si alguien me preguntará. Es más, creo que llegó a influir positivamente en la especialidad a la que me vengo dedicando desde el año ochenta y siete.

Era un frío miércoles de invierno. Un suave celaje recorría los desnudos patios que rodeaban el San Fernando. El largo y gris altavoz situado en la mitad del pasillo de la séptima planta desgarró unas estridentes notas.

Había llegado la hora de levantarse. En un salto bajé de la litera. De pie me quite el pijama y raudo tomé mi albornoz dispuesto a llegar el primero a la segunda ducha del primer lavabo de la derecha. Por una sinrazón era la que más frecuentaba. Tres, cuatro, cinco minutos de ducha caliente a la que todavía no he podido renunciar. El champú, el gel de baño y el agua caliente constituyen mi tríada y antepuerta a la vida real. Volví a mi cuarto. Me vestí. Me limpié los zapatos. Hice la cama procurando estirar mucho la colcha para ocultar las arrugas formadas por las sabanas y mantas. Retorné de nuevo al lavabo. Me lave los dientes y me peiné.

Y de nuevo a la habitación. Dos literas y una cama. Recogí los calcetines de encima del radiador, lavados la noche antes y sorteé la cama individual para alcanzar la puerta corredera de mi armario. Puse los calcetines en el cajón elegido. Había acabado mis tareas matutinas.

Tiempo totalizado: “Veinticinco minutos”. Me sobraban cinco. Había quien prefería más cama retrasando al máximo el momento de levantarse. Avancé hasta el fondo de aquel austero pasillo mientras observaba como mis compañeros acababan sus faenas presurosamente. Pronto se escucharía el timbre o las palmadas del cura, que se alternaban a libre albedrío, para formar filas y bajar.

Al llegar al final me entretuve mirando por la gélida ventana de carpintería de aluminio. Tenía dos compañeros a mi lado. Habían optado por levantarse temprano o dejar sus tareas para otro momento. En frente una torre de telecomunicaciones estaba siendo reparada. Un equipo de tres trabajadores con su mono azul trajinaban en el interior del enorme enjaulado metálico. Se encontraban a una altura semejante a la nuestra. De repente uno de los obreros se despeñó por el interior. Una caída sinuosa, rebotando de un travesaño a otro, golpe tras golpe y, así, hasta el duro y letal suelo.

Aquella jaula metálica con toda su altura no tuvo piedad con aquel operario. Le aprisionaba y en su huida le golpeó con toda su violencia hasta mostrarle su cruel y mortal fondo.

Sonaron las palmas. No podíamos reprimir nuestra curiosidad por aquel pobre desconocido. Era la comidilla en las filas y en el aula en tiempo de estudio. Dado nuestro origen pudiera tratarse de cualquier imaginario familiar. Por tanto, lo percibíamos casi como si fuera nuestro.

Finalmente, los superiores nos advirtieron de su muerte. Recapacitamos sobre el y sus familiares. Llegamos verdaderamente a sentirlo.

La vida es una historia real y a veces triste...

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