miércoles, 21 de mayo de 2008

V. Noches en blanco satén. O noches en blanco en un retén.

Terminaba la narración por la megafonía. Serían las 11 de la noche. Un nuevo capítulo nos servía para comprobar que el huérfano de la historia seguía estando huérfano, que su madre, a la que no conocía, había colgado los hábitos de la orden del Cister y que el director del orfanato traficaba con estampas de santos bendecidas por el obispo de Lugo-Mondoñedo; y era un alivio pensar que quizá nosotros no teníamos tan bajos instintos. Lo que teníamos era que estudiar un examen de literatura y nos faltaba tiempo... siempre nos faltaba tiempo. Las más de dos horas del estudio obligatorio de la tarde se nos habían pasado casi sin sentirlo, pendientes de que, desde las últimas filas, los empollones nos aprovisionasen de las imposibles soluciones a los problemas de mates del Bellota, cuidando de que el profesor de dibujo, D. Germán, no se acercase demasiado... por si las moscas... , que las manos luego van a! pan, y rompiendo el silencio con entrecortados susurros entre los compañeros más cercanos, aun a riesgo de la propia integridad física, para hacer más llevaderas aquellas largas horas de horizontes infinitos y sueños imposibles, vistos a través de una ventana abierta a la soledad de la penillanura zamorana. Y algo teníamos que hacer.

Cuando aquella larga figura -o corta, porque de todo había- , enlutada desde el alzacuellos al dobladillo del pantalón que asomaba debajo de la sotana, empezaba la "ronda" de noche, salpicada de cordiales avisos primero ¡Gabriel que te calles!, de reprimendas después ¡a la próxima de vas al fondo del pasillo de pie! Y de castigo finalmente ¿Gabriel, media hora de pie en la puerta!, empezaba también la estrategia de lucha contra el sueño y contra el miedo al examen. En los lavabos, entre estertores de las cisternas y el restregar de cerdas puntiagudas de cepillos de nivel duro contra dientes todavía blancos y duros habíamos acordado el modus operandi; alguien tenía que quedarse despierto o despertarse a una determinada hora y tenía que ir llamado por las habitaciones a los que se iban a levantar a estudiar.

Quedaba durante la noche sólo una luz encendida en cada servicio, pero era más que suficiente para repasar las obras de Quevedo o de Lope de Vega; y con este ánimo, envueltos en el albornoz, nos disponíamos a pasar unas horas estudiando sentados sobre una manta, de dos en dos, en el plato de la ducha. ¡Silencio que nos va a oír el cura ¡... ¿quien viene?; porque gran parte de los minutos pasaban entre bromas, ruidos escatológicos contenidos, tentando a la suerte que dormía en la trompa de Eustaquio del cura. ¡Cuidado! Que viene alguien... quién es, mira tu... no tu... es... un compañero que venía a beber agua. Siempre había algún chico que, ajeno a la incontinencia y con la próstata por estrenar, bebía agua por la noche. Al final, bien la broma de algún graciosillo o bien el sueño nos acababa venciendo y regresábamos a la cama ateridos de frío; de ese frío que sólo se siente en la Troposfera que es más o menos donde pasábamos la noche en la octava planta de la Uní. Obviamente, al estar más pendientes de que no se despertase el cura encargado de la planta y de respirar al ralentí, no habíamos estudiado casi nada, no habíamos dormido y.... sólo un milagro nos podía salvar de aquél maldito examen. Y el milagro siempre se lo pedíamos a Santa Formica ya que allí, en la tapa de formica del pupitre, entre las vetas de la mal imitada madera y utilizando un lápiz muy afilado se podían escribir todas las obras, de todos los autores, de todas las épocas, de todo el mundo. Sólo teníamos que acordamos del lugar en que habíamos escrito cada porción de aquella chuleta, ecológica y reciclable en nuestro pupitre sostenible. Vamos a ver: Lope de vega al Noreste, Quevedo en el centro, Tirso de Molina al Noreste de aquel universo abreviado que era nuestro pupitre… ¡Ay…nuestro viejo pupitre!

¿A quién no le puso esta canción alugna vez...?


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