
Convenientemente aseados, saturado el ambiente por aquella indescriptible mezcla de olores de profidén y jabón de tocador Palmolive o Lux, sudor de vestuario y calcetines, ordenado el armario, rellena la bolsa con la ropa sucia y bien repeinados, nos incorporábamos nuevamente a la cola para bajar a la planta baja donde nos esperaba uno de los dos momentos de ocio programado semanal: el paseo y cine de los domingos y el bar (que gestionaba un cura regordete y bonachón cuyo nombre he olvidado) y el futbolín de los sábados. ¡Ah, el futbolín...! Se llegaba a él corriendo y ¡cielos! Ya había alguna pareja esperando a que, peseta a peseta, fuesen desfilando (Caesar..., morituri...) los que siempre perdían. Nunca pude explicarme cómo se las ingeniaban algunos para llegar los primeros ¿sobornaban quizá al cura para salir pronto de la habitación? ¿Iban a comisión con el encargado del bar? Sin duda uno de los grandes misterios de nuestra infancia. Igual que aquel otro que todavía hoy no logro explicarme. Recuerdo que, en la proximidad a la festividad de Sto. Domingo Sabio se organizaba un concurso sobre la vida del santo; varias preguntas diarias que había que responder para obtener al final no se qué premio o trofeo.
Pues bien, si todos teníamos acceso a los mismos libros ¿cómo narices se las ingeniaban algunos para responder a determinadas preguntas, absolutamente imposibles por otra parte? ¿Recibían soplos divinos? ¿Iban a medias con algún cura? ¿Cómo podían saber el nombre de la abuela materna del padre del santo? ¿ o cómo sabían que el, día 12 de febrero de 1894 por la tarde, a eso de las 5 empezó a nevar en Roma? En todo caso, convenientemente desplumados por los "profesionales" del futbolín (recuerdo que Ayala era un figura jugando) consolábamos nuestro abatimiento con una torera, una Fanta y largos paseos por el interior o por el patio cuando nos permitían salir. Y en esos casos ¿de qué hablábamos? ¿Cuáles eran nuestras preocupaciones aquellos días entre los doce y los quince años? No había chicas, no había ninguna alternativa de ocio más allá del señalado, no había, en los primeros años TV, no había.... nada. Algunos tableros para jugar a las damas o ajedrez, de esquinas romas, con alguna ficha siempre perdida; tanto que estábamos convencidos que los vendían así para estrujar la imaginación.
Y así, entre fracasos, pequeñas alegrías en lo cotidiano y sin saberlo, estábamos forjando sin más criterio que nuestra falta de criterio, la personalidad que marcó el resto de nuestras vidas. Entre largas y confortables rutinas que, sólo los sábados por la tarde quedaban temporalmente rotas por algunas horas de Fanta, torera y futbolín.
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