martes, 6 de mayo de 2008

IV. Aquellos sábados de ducha, fanta, torera y futbolín. Un breve paréntesis en la nada.

Los sábados por la tarde quedaba rota la rutina semanal... pero para entrar en otra rutina: la ducha semanal. Un breve periodo de estudio tras la comida, el rezo del rosario por la megafonía (Niños,... los libros y cuadernos dentro del pupitre.... ¡no quiero ver nada encima de la mesa!). Cuando hay que rezar, pues se reza. Y todos a rezar, alto, bajo, entre dientes y sobre todo deprisa. Muy deprisa para ver si acababa; tan deprisa que a veces íbamos por delante del narrador: segundo misterio.... y nosotros estábamos ya casi en el quinto ¿había un quinto? ¡Qué barbaridad, cómo se olvidan las cosas! Terminado el rezo del rosario salíamos en fila de dos en fondo en dirección a las escaleras. Al llegar a ellas, la fila se aceleraba y llegábamos corriendo a la habitación; había que desvestirse a toda prisa, ponerse el albornoz y a esperar en una de las dos colas que se formaban para entrar a las duchas. El cura controlaba la entrada y salida de cada turno a base de palmadas. Plas, plas, corten el agua y salgan rápidamente, que tienen que entrar sus compañeros. Y siempre había algún remolón al que don “X” acababa sacando por las orejas entre las mal disimuladas risas de los que integraban la cola de espera.

Convenientemente aseados, saturado el ambiente por aquella indescriptible mezcla de olores de profidén y jabón de tocador Palmolive o Lux, sudor de vestuario y calcetines, ordenado el armario, rellena la bolsa con la ropa sucia y bien repeinados, nos incorporábamos nuevamente a la cola para bajar a la planta baja donde nos esperaba uno de los dos momentos de ocio programado semanal: el paseo y cine de los domingos y el bar (que gestionaba un cura regordete y bonachón cuyo nombre he olvidado) y el futbolín de los sábados. ¡Ah, el futbolín...! Se llegaba a él corriendo y ¡cielos! Ya había alguna pareja esperando a que, peseta a peseta, fuesen desfilando (Caesar..., morituri...) los que siempre perdían. Nunca pude explicarme cómo se las ingeniaban algunos para llegar los primeros ¿sobornaban quizá al cura para salir pronto de la habitación? ¿Iban a comisión con el encargado del bar? Sin duda uno de los grandes misterios de nuestra infancia. Igual que aquel otro que todavía hoy no logro explicarme. Recuerdo que, en la proximidad a la festividad de Sto. Domingo Sabio se organizaba un concurso sobre la vida del santo; varias preguntas diarias que había que responder para obtener al final no se qué premio o trofeo.

Pues bien, si todos teníamos acceso a los mismos libros ¿cómo narices se las ingeniaban algunos para responder a determinadas preguntas, absolutamente imposibles por otra parte? ¿Recibían soplos divinos? ¿Iban a medias con algún cura? ¿Cómo podían saber el nombre de la abuela materna del padre del santo? ¿ o cómo sabían que el, día 12 de febrero de 1894 por la tarde, a eso de las 5 empezó a nevar en Roma? En todo caso, convenientemente desplumados por los "profesionales" del futbolín (recuerdo que Ayala era un figura jugando) consolábamos nuestro abatimiento con una torera, una Fanta y largos paseos por el interior o por el patio cuando nos permitían salir. Y en esos casos ¿de qué hablábamos? ¿Cuáles eran nuestras preocupaciones aquellos días entre los doce y los quince años? No había chicas, no había ninguna alternativa de ocio más allá del señalado, no había, en los primeros años TV, no había.... nada. Algunos tableros para jugar a las damas o ajedrez, de esquinas romas, con alguna ficha siempre perdida; tanto que estábamos convencidos que los vendían así para estrujar la imaginación.

Y así, entre fracasos, pequeñas alegrías en lo cotidiano y sin saberlo, estábamos forjando sin más criterio que nuestra falta de criterio, la personalidad que marcó el resto de nuestras vidas. Entre largas y confortables rutinas que, sólo los sábados por la tarde quedaban temporalmente rotas por algunas horas de Fanta, torera y futbolín.

Gordo - Guisasola - Narváez - Durán - Labay - A. Luzón - Galiana - M. Luzón - Pacho

Para que no nos llamen carrozas...

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