domingo, 4 de mayo de 2008

Reminiscencias del pasado. Capítulo IX

¡Ay las seis de la tarde...!

Principié a ver la puerta, esa puerta que se cerró tras de mí cuando un otoñal y gris día sevillano, a las seis de la tarde, ¡ay las seis de la tarde!, en la Plaza de España del Parque de Maria Luisa dos autocares atiborrados de esperanzas – para los padres – ponían rumbo por la Ruta de la Plata, a la tierra prometida, a Zamora, ¡qué lejos estaba Zamora! ¡ Si hasta entonces yo no sabía de su existencia. Por segunda vez me cortaron el cordón umbilical que me unía a mi madre, pero esta segunda vez las lágrimas eran de pena por la pérdida de un hijo y no por la llegada, con el nacimiento. Nunca olvidaré como se abrazaron mis padres y en mi adiós, rompieron en llanto inconsolable.

Cada uno emigraba con sus pensamientos, sus recuerdos, sus ilusiones... pero en el fondo, creo que nadie quería estar allí. Éramos anónimos, sólo nos unía la pena y el desconsuelo. Enmudecimos. El ruido de los motores era interrumpido por el llanto de algún compañero, que por simpatía contagiaba a otros como fichas de dominó al caer. Sin yo querer me vi atrapado, ya no me podía echar atrás. Ni siquiera me preguntaba que qué hacía allí. Nadie me preguntó si quería estar allí. Nadie se puso en mi lugar.

Aquel dos de noviembre perdí mi puerilidad y desde lejos alguien empezó a forjar mi destino. ¿Lo anhelaba? Nadie me preguntó.


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