sábado, 19 de abril de 2008

Reminiscencias del pasado. Capítulo I

Son las 10h.45 de una noche marcada por los efectos del pasado. Fuera hace frío y de vez en cuando se oye en la lejanía del cielo sevillano un ruido semejante a un trueno; coincidencia o no, en mi interior también siento frío y me estremezco pensando en lo que voy a emprender: un largo camino hacia la inmortalidad. No me preocupa en absoluto el destino que vaya a tener este testimonio. Aquí derramaré mi vida y abriré el baúl de mis recuerdos, mostraré la parte de mi existencia que con tanto sigilo he mantenido en secreto, no por temor a desnudar mi alma, sino más bien por pura estrategia de defensa o supervivencia. No me avergüenzo de lo que fui, un laboral forjado en la España franquista, un luchador por los derechos civiles, la igualdad y el respeto a las normas de convivencia. Si me dieran la oportunidad de cambiar mi pasado, tal vez no lo haría, soy lo que soy y con ello tengo que vivir el resto de mi vida. El futuro es otro asunto. Tengo la mente bastante fosilizada y a veces sufro espejismos no muy diáfanos, como si mi cerebro estuviera rodeado de una espesa telaraña.

Todo es empezar. No hace mucho leí en un almanaque de frases un aforismo que hago mío: “Lo importante no es empezar, sino continuar”. No ambiciono que estas palabras mías lleguen a conocer la luz algún día; mi única finalidad es tener la posibilidad de llegar a conocerme mejor: conocer mis orígenes, mejorar mi presente y si se puede, procurar que me asistan a la hora de plantearme el futuro de una forma más esperanzadora.

Desde que llegué a Sevilla, mi vida transcurría dulcemente sumergida en mi trabajo y mi familia. Mis dudas existenciales las tenía más o menos resueltas y mi compromiso social se limitaba a colaborar con mi Hermandad en los asuntos que se me había encomendado. Dormía con la conciencia tranquila de haber realizado mi trabajo dentro de los límites que la sociedad me insinuaba. Del presente no me podía quejar. Aceptable y aceptado; era considerado por mi entorno y amigo de mis amigos, sin lugar a dudas. No tenía por costumbre referir nada de mi pasado sino me inquirían. Algo tenía en mi memoria que no dejaba mostrar ninguna conjetura de recuerdo.

Hablando de la niñez, tengo reminiscencias lejanas de mi infancia; sin demasiada dificultad, puedo percibirme con tres años y parece que fue ayer, llego a conmemorar acontecimientos hasta la edad de los once años, pero a partir de ahí, mis recuerdos sufren una especie de desvanecimiento que a veces no sé cuando es algo tangible o cuando es fruto de la imaginación. Este fenómeno es llamado por los psicólogos “trauma”. Mi mente no quiere revelar acontecimientos que sólo ella conoce.

A menudo me he despertado empapado en sudor frío y siempre con un sueño fijo: los recuerdos de un pasado que me marcó para siempre. Sin querer mi subconsciente vuelve siempre al mismo lugar. Estoy rodeado de chicos que me tienden la mano y me hacen sonreír. Con ellos estoy a salvo. Cuando me despierto rara vez recuerdo lo soñado. Siempre que estoy inquieto por algo, sueño con lo mismo.

Un día de otoño sonó el teléfono...
Las pequeñas cosas de la memoria nunca mueren...

1 comentario:

Floren dijo...

¡Buenas noches, Salvador! ¡Qué buena idea! A ver si dedico algo de tiempo a colaborar en el blog. Lo de las páginas web no es para mi, pero esto del blogger me gusta y tengo varios en danza sobre ecología y mi aula de segundo de primaria. ¡Saludos a todos los ULZ qye se asomen por el blog! Floren.