domingo, 20 de abril de 2008

I. Forja de hombres, un temple nuevo...

BREVE CRÓNICA DE UNA LARGA NOCHE.
Llegamos. Yo venía en una expedición de Bilbao en la que no conocía a nadie con una bolsa azul marino de Lutfhansa colgada al hombro con un cepillo de dientes y un tubo de Profidén. Tan sólo recuerdo haber empezado a hacer amistad con otro desconcertado y larguirucho compañero, Juan José Undabarrena Urdinguio. Pero la amistad era alfabética e idiomática y yo recalé en la clase A; porque me apellido Calderón y porque cuando un cura con sotana, joven y con gafas nos
preguntó qué idioma queríamos cursar en 2º de Bachillerato, yo dije inglés y… ¡aún no sé porqué!, y tomé conciencia de uqe éramos una sociedad clasista, es decir de la clase A, o B… etc.; y empecé a sentir que pertenecía a un grupo de desdichados como yo, recién abandonados los brazos de nuestros llorosos padres al pie de un autobús; ¡hijo, come y estudia, y estudia, y estudia!

Y al llegar… aquella impresión del desorden, todo revuelto, todo el mundo de un lado para otro. Los que habían llegado primero se referían ya al nuevo espacio con la complicidad del veterano que tanto deslumbraba a quienes acabábamos de llegar y que tan pobrecillos nos hacía sentir. Y llovía, Dios… como llovía; el camino estaba embarrado y en un orden que no recuerdo – quizá por cursos, o por procedencia… ¡vamos a ver si no nos ponemos nerviosos, niños, los de Madrid, aquí, en esta fila!, el caso es que acabamos en el teatro de lo que empezamos a llamar la Uni Vieja, viendo una película en blanco y negro, de terror, de la que recuerdo tan sólo una locomotora, un accidente… no sé. Y el NODO, siempre el NODO que supongo nos harían seguir con silencio y veneración en aquellos años de ortodoxia extrema del Régimen.

Tampoco recuerdo si estaba viendo la película o pensando en otras cosas, especialmente en qué vendría después, o en cómo se llamaría aquel niño que habían colocado a mi lado. Todo desconocido; una rutina por hacer, una vida por descubrir. Supongo que nos darían algo de cenar en aquel largo comedor de mesas hexagonales de formica que ahora nos parecerá espontáneamente pequeño, porque el siguiente recuerdo amargo me lleva a la habitación la primera noche… creo que era la planta octava. Me asignaron la última habitación del pasillo a la derecha, algunas lágrimas de rabia y una insistente pregunta en la cabeza ¿qué hacía yo allí? Todavía miro inconscientemente aquella ventana cuando vuelvo por Zamora; y aquel olor de las cosas nuevas recién estrenadas; la goma espuma de la almohada –creo que llevaré siempre aquel olor en la memoria- porque ciertamente nos persiguió durante los seis años de nuestra vida que pasamos juntos; como el número 541 que encontraba en todas las cosas, en mis calcetines, en la camiseta, en la camisa… Tiempos de penuria y… las cosas en singular como era de rigor.

No recuerdo el nombre de los compañeros de aquella noche. Cambiamos tantas veces de habitación en seis años que resulta difícil acercar tanto los recuerdos al presente. Puede que coincidiese aquella primera noche con José Antonio Cámara de Juan, un niño regordete, y con José Carmona, de los que recuerdo haberme hecho bastante amigo. Con aquella amistad de los doce años y pantalón corto. Leal, cómplice en el desamparo en el que empezábamos a vivir todos, aquel otoño zamorano, frío… terriblemente frío, y aquel invierno en el que probablemente vi mi primera nevada.

Empiezo a oír un pertinaz silbato, una llamada a filas; ¡alinearse!, brazo derecho sobre el hombro del compañero; y yo que era todavía de los más altos de la fila (luego me quedé tal que así) tuve durante algunos meses el privilegio de veros a casi todos romper filas antes que yo…, grave en el aula, duro en el yunque, gritando va el corazón, mañana soy yo. Ya estábamos allí. Yo vine en una expedición de Bilbao en la que no conocía a nadie, con una bolsa azul marino de Lutfhansa colgada al hombro con un cepillo de dientes y un tubo de Profidén.

Dedicada a todos los que sufrimos aquel largo viaje

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