viernes, 27 de diciembre de 2013

Un grupo sin apenas constitución: el 8 de Diciembre como el primer mes de las flores


En Diciembre del año 1968, en tiempo del curso 1968-69, algunos meses antes de nuestra primera reválida en las desvencijadas aulas del decimonónico Claudio Moyano –mal rayo le parta- , y cerca del 8 de Diciembre, que por entonces era el día de la madre, se fue imponiendo la práctica de escribir una postal que nos vendían en la cafetería –entonces llamado BAR- y que en su carátula externa tenía dibujada una virgen inmaculada, toda ella salpicada de motitas de purpurina que daban al conjunto una impresión de solidez (así como de haber sido muy cara) , claramente apreciable al simple tacto del sobre en el que escribíamos la dirección de nuestra otra ciudad, nuestra anhelada ciudad. En la más pura tradición religioso-edulcorada, la carta a nuestra madre estaba preñada de tópicos, descritos con expresiones grandilocuentes que no sabíamos lo que significaban y que probablemente habíamos copiado de alguna cita supuestamente culta de la agendita de pastas azules, que regulaba nuestro tránsito nueve meses a año por la ciudad vertical, o que nos había pasado algún compañero de aula o de litera; y de este modo reinterpretábamos el socorrido y popular virgen santa virgen pura apruébame esta asignatura , para transformarlo en aquellos “madre buena, madre amada, con todo corazón, te envío esta felicitación” “… del jardín sale la rosa y de mi corazón sale esta felicitación….”u otras expresiones aún más cursis, en las que acabamos utilizando todas las flores, especialmente todas las rosas de todos los jardines sintácticos de los que no sabíamos cómo salir y que inevitablemente acababan en sonora consonante, ora corazón ora felicitación. Aquellas cartas postales por lo general no tenían respuesta. Eran nuestro pequeño tributo emocional, que precedía al desembarco en casa el día 21 o 22 de diciembre, para ser arrullados por el mantra de las 25.000 pesetas que habrían tocado en la administración de Dña Manolita y entrar en una nueva rutina recién arrancados de la rutina del binomio aula-planta.

Como este año, en 1968, la fiesta de la Inmaculada Concepción coincidía con un domingo, por lo que no habiéndose aprobado Constitución alguna por estar vigente aun el Fuero de los Españoles de 1945, que debíamos ser nosotros, creo, el día 6 tampoco era fiesta. Era un día que no existía en el calendario, un viernes más de aquél año en el que una parte del mundo se empezó a tambalear, sin que a nosotros, apenas con 14 años, se nos moviera un pelo. Nos hallábamos ante una semana normal, en una ciudad normal y sin más puente que el romano que veríamos el domingo a las 17 horas, como todos los domingos, hilvanadas y prietas las filas, por la armónica cadencia que imponía el cura encargado de cada clase encabezando aquella perezosa hilera de uniformados laborales, que hubiese terminado años más tarde en un desfile equivalente, también uniformado y tocado de marinero en el Ferrol de él. Por fortuna una serie de desdichas encadenadas habían convertido los huesos de mis brazos en retorcida columna salomónica, varias veces rotos y vueltos a soldar, de forma que no pude cumplir, llegado el tiempo, con aquel mandato del artículo 7 del mencionado Fuero de los españoles, que rezaba, sin anestesia ni adorno alguno, que….”Constituye título de honor para los españoles el servir a la Patria con las armas.” A la patria y con las armas.. ¡a mí me va a dar algo!

Basilio


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