Más de uno se quedó con las ganas de decir que nadie había tirado del balón, que en realidad era el balón el que había huido para no verse sometido a tal catálogo de patadas sin criterio, cansado de comprobar, además, que nadie se lo quería quedar; y es que no dejaba de ser paradójico oír a 160 gargantas gritar ¡a mí, a mi! pásamela, a mi a mi¡ y comprobar que el objeto de tal petición no era otro que desprenderse rápidamente del balón, dándole otra patada, para atender a otros 20 o 30 del mismo equipo que, entre otros cincuenta jugadores del equipo contrario, allá a lo lejos, repetían también, ¡a mí, a mí, que estoy solo¡ ¿solo? Pero...¿ solo, solo solo o simplemente mal acompañado?
Ciertamente teníamos una notable capacidad de camuflaje entre las trincheras y colinas de arcilla de aquellos campos de futbol, con aquellos pantalones de lona semirígida de color beige y a cazadora de punto-plástico, pero no tanto como para escondernos entre la multitud de jugadores, todos vestidos del mismo modo y ahora sometida a un hábil interrogatorio, casi divino: ¿quién ha sido, repito?... Como no salga el que ha sido no volveréis a ver el balón en lo que queda de trimestre –que acababa de empezar, por cierto-. Aquella amenaza era tan fuerte, tan creíble, tan intolerable… que empezamos a apreciar un cierto murmullo de desánimo en ambos equipos…temiendo que apareciese una voz delatora; pero lo que apareció fue nuevamente el balón describiendo una parábola, también imposible, para hacer diana en la cabeza de D. Vicente, acompañado de un ¡me cago en la madre que os parió¡, que eran muchas -160- madres en aquel trance- ¡como vuelva a caer un balón en mi tejado…..! y la voz se fue apagando entre las risas de los dos equipos por el balonazo que había recibido el cura en la cabeza.
Además de salvarnos en aquella delicada situación, los habitantes de aquellas casas-jardín eran casi nuestro único asidero con la realidad. En ellas podíamos reconocer el ritmo de vida doméstico que con el paso de los meses y de los años se nos iría olvidando; una vida sin más presencia femenina que la que podíamos intuir tras aquellas tapias y con la que alguno llegó a relacionarse como la humanidad con los extraterrestres en los encuentros en la tercera fase de Steven Spielberg, es decir, con juegos de luces –apaga-enciende-apaga- al filo de las 11 horas, en días alternos, como triste consuelo ante la fiebre del sábado noche… bueno y de los domingos, los lunes, los martes…de los 69 largos días y no menos de 15 misas intercaladas que duraba el trimestre lectivo.
Basilio Calderón.
Valladolid, Noviembre 2011
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