miércoles, 16 de noviembre de 2011

Hipérboles y parábolas de nuestro primer trimestre del 69 en la ciudad vertical


Aquel día de enero de 1969, habían ampliado la hora del recreo porque el cura de Religión estaba en crisis… de fe, o en crisis febril en la enfermería del Dr. Fombellida. Las 160 criaturas de cuarto curso, los mayores de la ciudad vertical, casi todos en pantalón corto, voz entre fuerte y floja y vergonzante bigote, vagaban por el patio en busca de alguna razón para seguir allí… y hasta tanto se encontraba ésta, jugaban el habitual y equilibrado partido de fútbol global, de titulares y reservas, lesionados e impedidos, capaces y decididamente torpes, aquellos partidos de 79 críos+ Blay Torremadé, que dominaba el juego antiaéreo- contra los otros 79 + Cámara de Juan, que como andaba entrado en carnes por aquellos años cubría mucho campo –casi todo el campo en realidad-; alguno de los 31 centrocampistas de uno de los equipos, dio un patadón al descolorido y frágil balón casi de reglamento, y tras describir lo que más tarde supimos era una extraña parábola, porque no era de tipo evangélico, sino matemático, desapareció tras una de las tapias de la ciudad jardín que delimitaba nuestro patio de armas por occidente, justo por donde se nos iba el sol todas las tardes de invierno, lentamente, en aquellos interminables minutos en los que con una enorme desgana dejábamos el bloc de dibujo, aquel universo de gruesa cartulina blanca creado para ser sistemáticamente borrado, para tomar con mal disimulada pereza el libro de Geografía Universal… y curiosamente también del mundo…
Pero, aquellas dulces rutinas iban a verse alteradas justo en el momento en el que perdimos de vista el balón y oímos a lo lejos, entre el frufru de una agitada sotana, aquella fatídica pregunta…¿quién ha sido?.

 De forma mal disimulada, cada equipo se fue mirando sus propias debilidades; y los que éramos un poco más torpes con el balón o decididamente inútiles para el juego, teníamos todos los boletos en aquel rápido ejercicio de sorteo de culpabilidad. Pero nadie dijo nada, creándose un silencio brevemente interrumpido por un Boeing 747, que como todas las tardes surcaba el cielo de aquella abreviada ciudad para buscar la ruta que le llevaría 10 horas más tarde al aeropuerto de Buenos Aires o de Montevideo. La plantilla del equipo de “tos pabajo” y los del equipo de “tosparriba” se dispusieron a mirar al cielo para disimular y evitar ser identificados –como habitualmente se hacía en clase de Mates-; pero también para ver al tiempo cómo se perdía a lo lejos y se difuminaba poco a poco, la estela de humo que identificaba a aquellas vetustas aeronaves; pero nadie dijo nada. 

Continuará...

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