domingo, 14 de noviembre de 2010

El cielo, en el otoño de la eternidad


            Queridos amigos:
             Mucho me hubiera gustado asistir este junio al reencuentro con vosotros en Zamora, pero no creo que pueda. Tengo mucho trabajo, estoy cambiando la instalación eléctrica a la casa. Ya sabéis cómo disfruto teniendo cables entre mis manos. De aquellos años en la laboral no son muchos los recuerdos que me quedan, son vagos algunos, otros algo más nítidos. Pero agradables casi todos, salvo esos que Calderón ya ha reseñado con maestría y todos sufrimos con paciencia.
             Me veo alrededor del patio con Pacho y algún otro compañero, viendo cómo algunos dabais patadas al balón y sudabais como cosacos mientras yo me fumaba mi cigarrito tranquilamente. Ahora que lo recuerdo, qué cabroncete el Pacho, cómo me jodió el que me pusiera el sobrenombre de “guapo chicago”. Siempre supe que no era una belleza pero de ahí a llamarme “guapo chicago”. Aunque a fuer de ser sincero nunca me importó. Me sentí bien conmigo mismo desde pequeñito.
            Me acuerdo de la cara que pusieron algunos compañeros el curso en que me oyeron con sorpresa hablar un francés más que digno, cuando en el curso anterior me expresaba en esa lengua tan mal como cualquier otro. La profe, la Elvirita, la sobrina del director, no daba crédito y no tuvo más remedio que preguntarme que qué había sucedido durante el verano para mejorar tanto mi nivel del francés. “Nada, qué va a ser, que he estado trabajando en Francia y allí se habla francés”, respondí sonriente y un poco ufano de ser protagonista de clase, yo que no solía serlo.
            En COU me encantó participar en la obra “Escuadra hacia la muerte” con Retor, Dela, Collazo, Pajares, y demás amigos. Cuando me pidieron que me encargara de la  luminotecnia, me sentí contento por ello. Y disfruté mucho. Cómo me acuerdo del día que fuimos al colegio de monjas del “Amor de Dios” y poco antes de empezar la representación, nos quedamos a oscuras. En esos momentos se nos vino el mundo encima, pensábamos que no la representaríamos, con la ilusión que nos hacía a todos. Pero ahí estuve bien, ¿eh chicos? Con la luz de ambiente del teatro y un enchufe, un foco que nos prestaron las monjas y poco más, logré que hubiera en el escenario la suficiente claridad como para que Retor, que no se había aprendido todo el papel, pudiera leer el diario que iba escribiendo mientras los otros soldados dormían. Al acabar me dijo que las había  pasado putas porque la verdad es que había muy poca luz y no veía bien lo que leía.
            Después de aprobar COU, me fui como otros muchos de vosotros a Salamanca, mi tierra querida, y allí me dediqué, más que a estudiar, a otros menesteres que no merece la pena que recuerde. Baste con deciros que conocía mejor los bares del barrio chino que las aulas de la facultad. Así que, como pasaba el tiempo, y el dinero escaseaba y no veía salida por ninguna parte, decidí que lo mejor era preparar oposiciones a policía y, como me gustan tanto los cables, me hice uno más de los denominados “Tedax”.
            Este hecho iba a ser importante en mi vida. Tanto que sacaron mi fotografía un 25 de mayo de 1989 en “El Adelanto”, el periódico de Salamanca. Desde entonces me he retirado del mundanal ruido.
            Mi mujer y familia  siguen bien, como espero y deseo que también la vuestra lo esté.
            Un abrazo a todos y hasta siempre.
             José María Sánchez.
     
(Santander a 15 de noviembre de 2010. Con sumo respeto y el máximo cariño para José María he escrito esta semblanza que espero que no moleste a nadie.
 José Retortillo


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