jueves, 24 de septiembre de 2009


Carta abierta sobre unas reflexiones que he hecho estos días sobre el tema de la violencia en las aulas. A ver si la gente tiene ganas de discutir sobre el presente y no sólo hablar del pasado.

Jose Retortillo

LA AUTORIDAD SE GANA

Leemos en la prensa que la presidenta de la Comunidad de Madrid va a otorgar a los profesores el estatus de autoridad para así poder defenderse de las agresiones de los alumnos y de los padres de éstos. Seguimos leyendo opiniones para todos los gustos, tanto de profesores como de padres. Sobre todo de este sector, porque ven una vuelta a las épocas en las que la enseñanza tenía por lema “la letra con sangre entra”.

Pero hay algo claro, como decía el editorial de “El País” y es “la penosa situación de muchos profesores… no es un hecho menor…. Es un síntoma de que algo funciona mal en la escuela y uno de los factores que contribuyen al bajo rendimiento general de los estudiantes”.

Pero ¿por qué se produce este bajo rendimiento? A mi modesto modo de ver por dos razones: la primera atañe a los padres, porque hemos educado a los adolescentes en un tipo de filosofía de la vida que no tiene nada que ver con la realidad. Y la segunda atañe a la administración. En connivencia con la sociedad, piensa que es mejor negar la existencia del fracaso escolar y dejar de valorar los dos pilares del sistema educativo: el esfuerzo personal y la valoración del mismo. Pero no nos engañemos, cuando un alumno pasa de curso con todas o casi todas las asignaturas pendientes del curso anterior, no eliminamos el fracaso aunque no figure en la lista de repetidores y en casa estarán contentos y hasta es posible que el alumno también, pero eso no significa erradicar el fracaso escolar, es camuflarlo sin más. Nos asustamos porque un 16% de los jóvenes entre 16 y 24 años ni estudian ni trabajan. Pues me parece lo más lógico. Mientras en casa me sigan dando para la litrona, el tabaco y demás, ya llegará la época de sufrir. Además, si sólo el 60% aproximadamente de los jóvenes que tienen trabajo han realizado algún estudio de tipo medio o superior. Hay casi un 40% de los que has estudiado que tampoco encuentran trabajo y los que lo encuentran es siempre inferior a los estudios realizados y el sueldo que les pagan una miseria, menos que a una cajera de Carrefour. ¡Para qué estudiar entonces!

Les educamos en el placer, les privamos de la experiencia del sufrimiento y del fracaso. Y estos existen en la vida, son componentes de la experiencia humana y tarde o temprano nos toparemos con ellos. De ahí que no nos atrevamos a decir que no, ante el requerimiento del hijo; y sin embargo, un adolescente necesita que se le ponga límites. Pero les sobreprotegemos, de ahí que ante el hecho de que el colegio o el instituto mande una carta a casa por el mal comportamiento del hijo haya padres que echan la culpa sin más al centro, que probablemente le tiene manía al niño porque lleva un pendiente o porque es muy moderno o vete a saber por qué. No sabemos decirles que no, cuando nos solicitan permiso para algo. Es más costoso decir por qué no le dejamos ir de botellón o llegar a las cuatro de la mañana; hay que razonar, es decir hay que argumentar por qué no les damos permiso. No les vale a los chicos de hoy con decir “porque no, porque lo digo yo y basta”, que decían nuestros padres. Les hemos enseñado el valor de la reivindicación, les hemos enumerado cuáles son sus derechos (pocas veces cuáles son sus deberes) y por tanto exigen respuestas dignas de tal preparación. Es más fácil y hasta más bonito (qué padre más guay tiene Pablo, dirá algún amigo) dar permiso para que el niño haga lo que le plazca. “Ya tendrá tiempo de sufrir”, se oye a veces decir a algún padre. “Que disfrute ahora que es joven.”

Ahora bien, ¿estamos educando bien a nuestros adolescentes? ¿Es bueno para su futuro no enseñarles a ser responsables? Porque cuando echamos la culpa de todo lo mal que les salen las cosas a nuestros hijos a los demás: a los amigos, al colegio, a la sociedad, etc. les estamos quitando toda responsabilidad, les estamos tratando como niños y además les estamos haciendo un flaco favor. Cuando tengan que ser ellos solos los que se enfrenten a los avatares de la vida, sin el paraguas protector de sus progenitores: ¿qué va a ser de ellos? ¿Creemos que nos van a agradecer el que nunca les prohibiéramos nada, el que fuéramos unos padres guays, el que les protegiéramos en demasía? Nos echarán la culpa de su invalidez, porque eso es lo que van a ser el día de mañana: inválidos sociales. Enseñar a un hijo a ser responsable implica hacerle ver las consecuencias que acarrean los actos realizados, tanto para bien pero sobre todo para mal. Y apechar con las consecuencias, eso es ser responsable: responder de los actos realizados.

(continuará)

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