Un nuevo mundo dividido en dos asimétricas mitades.
Comenzaba el curso. Un curso que siempre sería el mismo, revestido de su propia liturgia, pero que siempre era nuevo; éramos y no éramos los mismos porque de lo aprendido, antes y después del año uno, quedaba, siempre en el mejor de los casos, una cierta capacidad y seguridad para estar y resistir. En aquél tiempo, siempre cercanos al vórtice de alguna sotana, se nos asignó una nueva identidad, que era suma de múltiples diversidades: un número, un grupo, un aula, un cura; y casi de forma imperceptibles entre llamadas a formar y alinearse, el mundo quedó de inmediato dividido en dos mitades: dentro y fuera, porque en aquél entonces, la geometría no era variable.
De la primera invariable porción, mundo reservado, por lo general grave y silente, apenas quedaría nada. Era un espacio forzosamente reflexivo, de atmósfera tensa y almas, entonces almas, temerosas, enfrentadas a mil miedos nacidos de nuestras propias limitaciones que quedaban consagradas, año tras año, en aquél librito azul de pastas duras, que, editado por el Ministerio de Educación Nacional, recogía nuestras calificaciones escolares de aquellos viejos estudios de Bachillerato; estudios que, en el año uno -66.67-, en segundo curso, fueron de religión, que encabezaba el listado de asignaturas, lengua española y literatura, geografía e historia, matemáticas, inglés, dibujo, Formación del espíritu nacional y finalmente, educación física, que cerraba la relación dibujando una perfecta simetría, alma y cuerpo, para englobar el resto de las materias profanas. Al final, un sello de la Junta Calificadora de Curso nos declaraba suficientes –o no- para pasar al curso siguiente, una vez convertida la tinta verde de los suspensos de Junio –el rojo nunca fue utilizado- en glorioso azul-alzamiento del mes de septiembre. Ese es el único testigo del interior, de aquellas largas horas sin más horizonte que esperar la hora siguiente.
El contrapunto a esta asfixiante atmósfera interior eran las afueras de la ciudad vertical; aire de meseta detenido en la inmensa mayoría de aquellas viejas fotografías, en centenares de instantáneas de patio y grupo en asimétrico abrazo, colgados de aquellos que estaban casi tan desarrollados como empezaba a estarlo el país; fotos de bocadillo e interesada pose, ora como carátulas de vinilos de 45 rpm, ora como el Real Madrid; solemnes desfiles del 1º de mayo por las pistas de ceniza, y aquellas panorámicas desde la tribuna de las demostraciones gimnásticas, puro esplendor en la hierba de varias decenas de contenedores de alborotadas hormonas, siempre suspirando –los de francés no tuvieron tanta suerte- por aquellas falditas de la joven -casi niña a nuestros ojos- profesora de inglés…
Valladolid, 17 Septiembre 2009
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