miércoles, 17 de junio de 2009

Excrusión primaveral (2ª parte)

Las cabras tiran al monte...

Así, como digo, comenzamos la ascensión de aquellas laderas cargados con el avituallamiento, vestidos con nuestros pantalones y camisas del uniforme “idóneos para la ocasión por su flexibilidad” pues hay que recordar que nuestras prendas de vestir parecían estar confeccionadas con la tela de los capotes de los toreros que como todo el mundo sabe se mantienen de pie por si mismos, vaya, sin ayuda ninguna.

Nuestro cura, siempre en sotana, parecía muy seguro de la ruta a seguir yendo un rato hacia la izquierda y otro hacia la derecha por veredas y angostos caminos montañeros que nos obligaban a subir en fila de a uno. Nuestro líder nos hacia sentir tranquilos y confiados en el disfrute de la caminata, trekking ahora, no en vano, además, de vez en cuando hacía una visita a la brújula que llevaba colgada al cuello lo que nos aportaba un plus de profesionalidad en su labor como guía. La comparación con las comitivas que, a través de la selva africana, nos describían aquellas viejas películas de Tarzán era evidente y más de un grito de ánimo del tenor de “andagua, chita, andagua” se dejó oír aderezando la cuestión.

La mañana iba transcurriendo sin más novedades que las ya relatadas: paisaje, vegetación y cansina andadura cuando, llegada la hora de comer, en un rellano de la empinada ladera, nos dispusimos a entregarnos a la gula. Los bocatas y bebidas calmaron el apetito y, sobretodo, la sed que la dura jornada estaba provocando debido al ambiente de bochorno aludido que nos hacía sudar hasta por las uñas. Tras de un rato de tertulia, reanudamos la marcha ya sin bolsa que portar pero sí con la euforia que el agradecido estomago transmitía después de haberlo llenado.

Las anécdotas del camino se fueron sucediendo mientras la cadencia de la inercia de nuestros pasos, que creíamos bien dirigidos por la brújula del cura, sin duda acabaría por hacernos llegar a algún paraje ignoto pleno de belleza natural donde solazarnos. En esas estábamos cuando, a la sombra de un arbolillo, algunos de nosotros vimos a dos culebras, con sus cuerpos trenzados, copular mientras emitían sonoros bufidos que, la verdad, impresionaban bastante. El cura, rechazando la oportunidad que se le brindaba de impartir una lección de ciencias naturales con atención garantizada, optó por hacernos salir pitando soltando jaculatorias y diciendo que el diablo estaba allí presente.¡Mal presagio aquella visión!

Continuará...


José A. Cámara

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