martes, 10 de marzo de 2009

Los estudiantes furtivos (1ª parte)

Estudiar en un internado resultaba, a simple vista, algo lógico, fácil y efectivo. Cuando un chavea en mi pueblo no sacaba buenas notas, era amenazado con ingresarlo en un internado; hasta aquí todo parece normal. Para los que nunca pisaron un colegio en régimen de internado, les diré que desde que se pone los pies en el suelo hasta que vuelves a meterte en la cama, todo el tiempo lo tienes programado.
Te levantan bien temprano y desde ese instante… a correr que no llegas. En la “Uni” el nuevo día empezaba con el aseo personal; a continuación la “santa misa” por aquello de poderte limpiar de los malos sueños de la anterior noche; una vez inmaculado de espíritu, a desayunar y acto seguido, sin apenas reposar el “agua manchada”, que así era lo que llamaban café con leche y una rebanada de pan con mantequilla, te subían a las clases a sufrir al “profe” de turno, unas tres horas sin cortes publicitarios.
Con la cabeza bien dolorida llegaba el recreo y para reponer fuerzas mentales te daban un bocata (pan con chocolate) y a los servicios, tras una cola, para cambiar el agua a las “aceitunas”; luego más desahogado ibas al patio donde podías jugar al fútbol, al fútbol o al fútbol. Tras media hora de diversión en un gran “spa” otra vez a clase; a las dos nos daban el “rancho” que tras un “gracias Señor por los alimentos que vamos a tomar para mantenernos en tu santo servicio” nos deleitábamos en amenas charlas de adolescentes y en media hora arreglábamos el mundo y acabábamos con todas la legítimas guerras que los mayores en nombre de la paz habían montado...
Continuará...

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