
La reprimenda fue terrible; el “führer” me mandó a su despacho y una vez allí siguió ensañándose conmigo poniéndome las cosas claras de quien llevaba “la campanilla”. Ese día me quedé sin desayunar y estrené el famoso talonario con diez puntos menos; todo para hacerme comprender que de la casa de Dios hay que salir respetuosamente.
Años después aprendí que Dios es AMOR y que aquel dios que nos quisieron mostrar no existe más que en la mente represora y vulgar de un hombre altivo, prepotente y amargado.
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