Escrita en Barcelona el 28 de abril de 2001
Un punto a nuestro favor…
También jugaba su papel un buen comportamiento durante la semana.
Una. Acudir al colegio a la hora nona dispuesto a devorar la acostumbrada sopa y pescadilla de la cena de los domingos.
Dos. Comparecer una hora después con derecho a vaso de leche y galletas.
Pero aquel domingo de primavera tenía una magia especial. Algunos de los cenados bajamos hasta el sótano, que hacia las veces de planta baja. A la derecha de las escaleras un pasillo que conducía hasta las salas de recreo de 5º curso. Abrimos la puerta de doble hoja, que daba a una espaciosa estancia, presidida por un pequeño giradiscos con altavoces a ambos lados, el estereofónico, que tantas tardes de gloria y conocimiento musical nos había dado. Detrás tres amplias ventanas de carpintería de aluminio. El majestuoso aparato, allí en el silencio, susurraba sus ondas lascivas incitándote a participar en el juego lujurioso que emprendían su masculino sonido y femeninas notas musicales. No os dejéis engañar es la omnipresente erótica de la música.
Atravesamos rápidamente el espacio para dirigirnos a una segunda puerta de igual característica y situada frente a la primera. Allí reposaban las sillas de fórmica marrón alineadas perfectamente como si de un cinematógrafo se tratara. Y al frente, en un aparador apoyado en cuatro zancos a modo de mesa atalaya y a la sazón de los años, nos oteaba desde lo alto un maravilloso e ingenioso artefacto, el televisor.
Tras las últimas noticias del Telediario con sabor a régimen la anunciada la película Los Pájaros, del intrigante y misterioso Alfred Hitchcock. Nueve y media de la noche. Recuerdo contemplar junto a Salvador G. Narváez las primeras escenas en blanco y negro. Los merodeantes del salón caían seducidos por la incertidumbre y el suspense. Observábamos todos con temor los graves ataques de las aves a los niños que salían del colegio o a los mismísimos protagonistas Rod Taylor, Tippi Hedren y Jessica Tandy. Inexplicable. Los pájaros invadían el pueblo y los televidentes iban in crescendo en aquella sala según llegaban del paseo dominguero.
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