miércoles, 4 de junio de 2008

Reminiscencias del pasado. Capítulo XV

Con todo mi cariño a Varela.
Tan ensimismado estaba que no me di cuenta que a mis espaldas un chaval, alegre, muy vivarachote se dirigía a mí con un acento que me era muy extraño. No sé cómo, pero al verlo me tranquilicé y una sensación de paz y confianza me invadió. Era un torbellino de ideas y no paraba de preguntar mi procedencia, mi nombre… Seguramente se compadeció al ver la cara de pena que tenía y así tal vez olvidar la suya.

- Me llamo Manuel Álvarez Varela. Vengo de Coruña. Llegué anoche en tren.

Hablaba muy raro y cuando yo le contesté, él también se extrañaría de mi forma de hablar. Un andaluz y un gallego, los extremos de una España pobre y rica, seca y húmeda. Él alegre yo triste, una contradicción si se piensa en el típico tópico.

Fue mi primera referencia, mi primer refugio. Bastaba estar a su lado para olvidarse de lo que tan tristes nos ponía. Manuel era espontáneo, salvaje, un pillastre de mucho cuidado, a veces, un incomprendido por parte de la mayoría, chicos y grandes; un rebelde, siempre dispuesto a hacerte un favor... y al final su actitud lo llevó al mismo sitio por donde llegó. Es curioso como las vidas de algunas personas se entrecruzan. Fue mi primer amigo en la “Uni” y puedo presumir que yo fui el último ULZ que habló con él antes de subir al tren que lo devolvería a su tierra como si fuera un apestado. Resulta que como era lógico, en un sitio donde se pasan tantos ratos y se comparten tantas horas, el prestarnos algo era normal. Compartíamos la ropa y a veces hasta los sueños más eróticos. Manuel que era muy espabilado, en los silencios nocturnos nos contaba con pelos y señales como se “tiraba” a una gallega en su casa cuando sus padres no estaban; lo contaba de tal manera que nuestra imaginación nos transportaba a ese momento y con él participábamos de aquella orgía sexual que terminaba por juntarnos clandestinamente en los lavabos para terminar cada uno con su final deseado. ¿Qué sabíamos nosotros de normas? El día que expulsaron a Varela llevaba mi mejor “saquito” (jersey, para los no granadinos) y pedí permiso para ir a recogerlo a la estación; llegué allí y lo vi sentado en un banco, solo como un criminal. Pero no perdió nunca la sonrisa; me miró y supo al instante a lo que iba; lo sacó de una bolsa y me lo dio

- Pensaba mandártelo, me dijo.

Llegó el tren, se subió y mirándonos nos dijimos adiós, sabiendo que nunca más nos volveríamos a ver. Los años que estuvimos juntos fueron un continuo aprender a luchar por lo que uno desea y él lo único que quería era ser libre, triunfar en un equipo de fútbol y ser feliz haciendo lo que su imaginación le indicaba. Pero la realidad le decía en cada momento que en esta vida hay que superar unos obstáculos que no siempre se culminan. Varela tuvo tiempo de meditar sobre su vida en los largos, fríos y solitarios días que pasó en la “nevera”. Si te salías del camino marcado, pronto te hacían volver a la cruda realidad. Sacrificio, voluntad y por encima de todo obediencia; esas eran las consignas del Régimen.

Cualquier parecido con la realidad...

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