domingo, 27 de abril de 2008

Reminiscencias del pasado. Capítulo VI

Mi primer traslado

Por razones laborales de papá, nos trasladamos toda la familia, incluida mi abuela, a otra residencia sita a 50 kilómetros de la capital. Mi abuela, Mamamaría, que así era como la conocíamos todos , se quedó viuda, con tres hijos, en 1936, sobre el 20 de julio, recién comenzada la Guerra Civil, vivía con nosotros. Mi abuelo Salvador lo fusilaron por ser socialista. Aquel día volvía del campo y desde un camión, un grupo de falangistas le dispararó por ver quien le acertaba; era el juego del tiro al socialista. No lo mataron a la primera y en el mismo camión se lo llevaron a Granada y en las tapias del cemenctrio lo remataron. Así me lo han contado.

El traslado fue en una furgoneta donde cabían todos nuestros bienes, incluidos nosotros. Recuerdo que fui sentado en la parte trasera contemplando por la ventanilla todo lo que íbamos dejando atrás. Con lágrimas en los ojos dije adiós a mi pequeño pueblo y con la mano saludaba a las vecinas que habían ido a despedirnos, que también lloraban y que no entendía el porqué, ya que éramos nosotros los que dejábamos nuestra casa.

No había marcha a tras. Mi “pueblo adoptivo” estaba situado en la depresión que forma el Arroyo del Salar y rodeado de montes lo que me llamó mucho la atención, ya que estaba acostumbrado a la llanura de la vega. El nombre parece que deriva del romance Sall, del latín Sallere (salar) y cuyo significado más concordante sería salebrus "terreno áspero, rudo, de muchos barrancos".

Si mi memoria no me traiciona era por la tarde cuando percibí por primera vez la calle principal. Era una calle larga y ancha que se ensanchaba en una plaza pequeña, que después supe que se conocía coma la “placeta” y continuaba hasta llegar a la plaza donde se sitúan sus monumentos más notables: la iglesia parroquial de Santa Ana del siglo XVIII y su torre árabe del siglo XIII, llamada la torre mora, que servía de protección a sus vecinos y está adosada a la casa palacio de los marqueses de Salar, una construcción del siglo XVI.

La placeta se abría por una calleja muy estrecha y con recovecos y allí se detuvo la furgoneta: era la calle Príncipe; un nombre muy noble y grandilocuente para lo pequeña que era. La casa era enorme, de fachada blanca con una gran puerta de madera oscura y con signos del paso del tiempo, flanqueada por dos ventanales con rejas forjadas en la parte inferior y en la superior con un balcón central y una ventana a cada lado. Acostumbrado a la casita de donde procedíamos era un autentico palacio. Para abrir la puerta se necesitaba una gran llave de hierro que no resultaba fácil ocultar.

Allí estaba mi nuevo universo, un mundo que aceptaba, que llegué a conocer como la palma de mi mano; rodeado de pueblo-gente y campo, mucho campo, con todo lo que representa ser campo: tierra, río, sierra, pájaros... LIBERTAD.

No aspiraba a otra cosa. Era feliz con mi gente, mi pandilla, mis luchas entre los de arriba y los de abajo; entre los niños de bien y los menos agraciados. Era cuestión de conservar el prestigio que otros anteriormente habían logrado. Cada grupo sabía perfectamente quién era y cuál era su sitio. Creo que en aquella época no se podía ser más feliz.

En esto estaba cuando llegó la hora de la partida…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un trabajo “im”+”presionante” . He escudriñado link a link y he leído memorias, epístolas,….. con gran curiosidad. Sigue SALVA son notas del pasado en el presente que, me atrevo a generalizar, a todos nos despiertan gran interés.

CLLabay

Anónimo dijo...

Adelante Salva, todos nos sentimos reflejados en el contenido del blog, que ya ocupa un lugar entre los "favoritos" tanto de nuestros ordenadores como de nuestros corazones.
Un abrazo

Basilio dijo...

ahora
cuando la vida nos está comiendo la vida
asomados al abismo del tiempo
vivido entre dos soledades
profundo lugar de los recuerdos
anclados en aquella soledad acompañada
asidos al tiempo y otra vez solos
ay, aquella soledad acompañada
ahora