Y solos, nada que leer, salvo aquel Triunfo y a Miret Magdalena para formar la conciencia entre claveles y rosas en el mar. Casi, casi sin entender nada de nada y nada que escuchar, nada con que llenar el vacío, aquél abismo que solo se podía colmar contando los minutos que habían pasado y los muchos que quedaban por pasar, en aquel tiempo en que nosotros éramos los móviles, de traslados rutinarios desde el centro del mundo, desde la ciudad vertical, tan cerca del cielo-raso, señor, sí señor, a la periferia, a aquel cinturón de asteroides, de pequeñas y grises ciudades del que procedíamos.
Y la música sigue sonando. Por momentos alguien se apiada o se le acaban los duros y cesa al fin, tras un sonido metálico que vuelve a alojar el vinilo en su contenedor, pero sigue sonando en la cabeza; notas musicales siempre útiles para desanclar pensamientos, y envolverlos en aquellas canciones de festival de juventud, de letras edulcoradas clamando por la justicia en el mundo, por la amistad, la camaradería, y el amor a las flores, al sol la vida y a la madre… patria de corazones perdidos entre aquella niebla de la estación de Zamora, sin épica, sin Bogart ni Bergman; solo melancolía, a lo lejos, muy a lo lejos melancolía; y, solos, pavorosamente solos, cargando con una pesada maleta llena de nada, para volver sin nada.
Basilio Calderón Calderón
Octubre 2010.
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