sábado, 19 de junio de 2010

Tampoco este año...


Queridos todos:

Un año más, tampoco voy a poder acompañar a los que sí acudiréis a la cita anual por San Pedro, en nuestra entrañable Zamora. Con la mente estaré ahí con todos los congregados.
Aprovecho y os adjunto un pequeño artículo que descubrí el sábado en ABC, en un rato en que me dediqué a rastrear la prensa sin acudir al quiosco.
Parece que está escrito por uno de nosotros, pues Zamora está vista y recordada desde ángulos que nos resultan muy familiares: hace 40 años, estudiantes, avda. de Italia… Sin embargo, nosotros en Zamora no solemos pasar de largo y sí la olemos y la degustamos. Si alguien lo sabe colgar en el blog, por si no tengo actualizadas las direcciones, que lo haga. He mantenido el nombre de la articulista, para que no existan problemas.
Sin dejar a nadie a un lado, me he acordado especialmente de Basilio, de Labay, de Retor, de Narváez,…, es decir, los plumillas que en esta década nos han refrescado la memoria tan brillantemente. Parecía que lo teníamos todo olvidado, pero hurgas un poco y aparece con vigor, pues permanece como unas brasas cubiertas por la ceniza. No es nada nuevo: lo que se vive tan intensamente deja una huella imborrable. Esto es una maravilla.
 Bueno amigos, hago mías las palabras de Salvador, en la Grillera, brindando por nuestra amistad, casi siempre en la distancia, que la hace más fuerte y auténtica.
Un fuerte abrazo.

José Luis Miralles


Yo recordaba otra Zamora, más de adoquín y de ladrillo. No sé si los urbanistas tienen en cuenta estas cosas, lo que cambia la luz de una ciudad cuando se construyen nuevos edificios, la sombra que darán con su altura, o la manera en la que se reflejará el sol. Incluso las iglesias, a las que habría que sumar, a sus siglos, los cuarenta años que hacía que yo no las veía, me parecieron más nuevas, al haber limpiado su piedra, dejándola despojada de esa pátina del tiempo tan necesaria para que, al volver, nos reconozcamos en lo que vemos. La gente, sin embargo, es la misma, abierta, alegre y recia, como la luz y la tierra. Los señores, me hizo gracia, iban vestidos con un pantalón beige y una camisa azul claro de manga corta muy bien planchada, y ese hacer juego con el azul del cielo en la mañana de junio, daba a la ciudad un aspecto muy limpio. No saben los transeúntes lo importante que es su vestimenta para la ciudad porque somos parte del paisaje en una llanura de cereales, o cuando las calles están desiertas porque aún no se han despertado.
Pasé, sin olerla, por la fábrica de Reglero, y por el cine Barrueco, y por la plaza donde había una tómbola. Lo único que sigue como estaba es el colegio del Amor de Dios, donde también estudió Juan Manuel de Prada, quien estaría en parvulitos cuando yo cursé allí ese año porque fundó la Congregación un pariente mío, el padre Usera; y al pasar el otro día sin poder pararme, me pareció ver a mis padres esperándome a la salida en un R-8 blanco.
Vivimos al lado, en la Avenida de Italia, si es que aún se llama de esa manera porque no pude encontrar mi casa, solo el muro de ladrillo junto al que caminaba, con una bufanda hasta las orejas, para ir al colegio.
Zamora se rejuvenece mientras yo envejezco.
MÓNICA FERNÁNDEZ ACEYTUNO
Día 12/06/2010, en ABC

 

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