Cuando llegó a la altura del cura, éste le entregó la carta. Le temblaba el pulso y casi se le cayó al suelo. La agarró con las dos manos y se retiró, se alejó del resto del grupo; quería vivir ese momento tan ansiado, solo, no quería compartirlo con nadie, no deseaba hacer partícipe a los demás de la felicidad que inundaba su alma. Pensaba que era egoísta pero es que era la primera vez en mucho tiempo que recibía una carta. Abrió el sobre con manos temblorosas, extrajo el papel que él había doblado tan delicadamente y poco a poco, lo que las lágrimas le permitían, fue leyéndose las palabras que él con tanto cariño se había dedicado. Cuando su amigo del alma le preguntó si había tenido carta, le respondió, con una sonrisa que podría haber ocupado todo un mural que anunciara la sonrisa más franca y limpia del mundo:
“Sí, hoy he tenido carta”.
Un día de estos, cuando abra el blog, seguro que podrá decir como aquel compañero: sí, hoy en el blog me encontré con la carta de un amigo. Le echaba de menos. Pero por fin ha vuelto.
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