Los primeros días eran de toma de contacto; poner en marcha un colegio nuevo con varios cientos de críos asustados, venidos de todos los rincones de la “Patria”, no era tarea fácil. Había que amenizar al vulgo infantil y, en eso, los padres salesianos eran expertos por su gran práctica en el trato infantil. Durante la mañana, pasábamos las horas ocupados entre recoger materiales, conocer nuestros aposentos, clases, lugares lúdicos, patios… Pero llegaba la tarde y la rutina se rompía; creo que a la mayoría nos encantaba enfilar la calle de los “chalecitos” y dirigirnos a la “Uni vieja” para la proyección cinematográfica. Estábamos en los primeros días de un otoño lluvioso y era habitual que el suelo estuviese siempre mojado y a veces con grandes charcos. Recuerdo que una de las primeras películas que nos pusieron tenía como nombre “El tren fantasma”, en blanco y negro; naturalmente era de “miedo”; no exagero si digo que a la mayoría nos puso en algún momento los pelos de punta; cosas del azar la estación de ferrocarril zamorana estaba muy próxima al colegio y por las noches, cuando oía a aquellas viejas locomotoras de vapor resoplar, se me erizaba el vello y, en más de una noche, bajo las sábanas me estremecía y me costaba conciliar el sueño por el dichoso “tren fantasma”.
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