

Es muy difícil olvidar que, entre la fragilidad de todos nuestros recursos espirituales y materiales, la inconsistencia formal de nuestros viejos cuadernos de ejercicios y de nuestros libros de texto, había un elemento que destacaba; y no sólo porque por su gran tamaño descolocaba el orden interior de nuestro pupitre ¿o de nuestras conciencias? Era el libro de Formación del Espíritu Nacional; pastas duras, cantoneras reforzadas, guardián de las esencias patrias; aquél Vela y Ancla de imposibles historias de mártires y episodios heroicos del ejército nacional -que siempre eran los buenos- y que el profesor Margallo nos hacia aprender de memoria. ¡Vamos a ver! El capítulo tercero, el asedio del Alcázar de Toledo, empiece Ud. Sr. Frontella...: bla... bla... bla.... Bien, el siguiente; y el siguiente, que tenía perfectamente controlada la secuencia de lectura, se ponía de pie -era obligado- y continuaba recitando, aparentemente de memoria y con cara inocente, lo que en realidad estaba leyendo directamente del libro que sujetábamos con la tapa del pupitre. Eran tardes grises, preludio en cambio de gloriosos nueves o dieces -evidentemente cuando podíamos copiar- y de hazañas que nunca aprendimos y que por fortuna pronto olvidaríamos, sin llegar a entender qué era primero: si el fuero -de los españoles- o el huevo, un día abandonado, rebeldía adolescente, en aquella nuestra primera huelga de hambre; pero eran también tardes que, al menos, garantizaban una nota de color en nuestro Libro de Calificación Escolar. Aquel libro de pastas azules, presidido por el águila imperial, emblema del régimen, lleno firmas solemnes y de pólizas, de muchas pólizas, que daban fe, peseta a peseta, de nuestro progreso en la vida; quién no recuerda aquellas notas impresas sobre una plantilla oficial de tinta azul, pasadas a mano, de estructura en L: que empezaban alto, muy alto, con el 9 de Religión que era la primera asignatura de la lista, supongo que por la gracia de Dios, -que no por orden alfabético-, que iban descendiendo hasta el 4 o 5 de Matemáticas y que terminaban en la recta de 5 y 6 de las asignaturas de la base formativa del sistema: la gimnasia y la F.E.N, encefalograma plano de la conciencia adormecida; Pero la F.E.N. no era una asignatura cualquiera; era la asignatura que, semana a semana, y como reflejo condicionado, acabamos asociando con el final de la jornada de tarde, la chocolatina y el bollo de pan de la merienda, las carreras para jugar al balón primero y más tarde para empezar a fumar, reducto de pequeña libertad en el pasillo, aquellos Celtas Cortos que acabaron tiñendo de amarillo nuestros dedos y que ahora, en el recuerdo, impregnan de nostalgia nuestro corazón. Añoranza por el tiempo pasado y perdido, atardeceres de rojo-naranja al horizonte de nuestro territorio, de nuestro enorme y polvoriento patio; ¡ay, también, nuestro viejo patio!
Valladolid 13 de Mayo, 2001
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